Tribuna

¿Qué haría Cristo en mi lugar en este tiempo de coronavirus?

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Como todos, estoy al menos sorprendida por lo que estamos viviendo como humanidad y agradecida por los múltiples mensajes que me llegan hasta Chile para enfrentar de mejor forma esta crisis de salud mundial. Vídeos, memes, escritos, programas, columnas… Todo ello ha brotado con la misma velocidad que el coronavirus, dando consejos, análisis, instructivos, protocolos y hasta chistes para amenizar. Sin embargo, una mirada de fe y de esperanza también nos puede alimentar el alma, que está asustada frente a la incertidumbre actual.



¿Qué haría Cristo si estuviese viviendo en carne y hueso lo que enfrentamos hoy? Quizás, sus propias palabras nos pueden orientar:

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  • Obediencia y civilidad: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (Mt 22,21). Hoy, la autoridad y el bien común deben volver a ser prioridad, en el sentido de obedecer a las autoridades expertas y no aventurarse en actividades temerarias que pueden afectarnos o afectar la salud de los demás. Lo peor sería negar la complejidad de lo que estamos viviendo, en especial para la población de riesgo.
  • Contemplar y meditar: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 29-31). Ambos son los mandamientos fundamentales; esta crisis nos da la oportunidad de vivirlos en plenitud. Dios se nos manifiesta en la naturaleza, en los más pobres, en los demás y en nuestro propio ser. Esta es una invitación obligada a parar y meditar sobre nuestro modo de vivir y sobre qué debemos cambiar como personas y como paradigma global.
  • Ser buen samaritano: “’Vete y haz tu lo mismo’, concluyó Jesús” (Lc 11,37). Si bien no nos podemos acercar físicamente unos a otros, hay mil modos de cuidarnos: volver a llamar por teléfono (y no solo mandar WhatsApp), escribir mensajes lindos y extensos (como las cartas de antes) y enviarlos a quien las necesite; buscar canciones que les puedan agradar; mandar recetas y o manualidades para hacer en casa; hacer regalos virtuales como flores, chocolates o peluches, que puedan sacar una sonrisa a alguien que lo necesite o esté solo.
  • Ver los signos: “Y a la gente le decía: ‘Cuando ven levantarse una nube sobre el occidente, dicen enseguida: va a llover. Y así sucede’” (Lc 12, 54). No podemos seguir ciegos y sordos frente a una voz que nos grita la necesidad de un cambio; de volver a lo esencial, de reconocer nuestra fragilidad, de unirnos como miembros de una gran familia, de salir del individualismo y actuar cooperativamente; de ser solidarios y valorar lo importante.
  • No al miedo, sí al amor: “Jesús les dijo: ‘¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!’” (Mt 14, 27). Que no cunda el pánico es una máxima que nos debe ordenar a diario en nuestras decisiones y acciones. No acaparar alimentos, no atorar las clínicas, mantener la calma, dar calma a los más pequeños y vulnerables, rezar en familia, aprovechar el silencio, alimentar bien el alma y conectarse con la certeza de que esto también pasará y de que hay un misterio de bondad oculto en esta adversidad que solo los humanos podemos desplegar si actuamos con amor y no por temor.
  • Estar en paz y propagarla: “La paz os dejo, mi paz os doy. Una paz que el mundo no puede dar. No os inquietéis ni tengáis miedo” (Jn 14, 27). Los ánimos se suelen irritar en estas condiciones y debemos hacer un triple esfuerzo por mantener la paz y el buen trato en nuestras relaciones diarias. Pedirse perdón rápidamente, promover el buen humor y la creatividad y aprovechar el silencio y el tiempo en casa para reencontrarnos y estrechar los vínculos con los demás, con los lugares, los objetos, las ideas, y con Dios.
  • Cobijarnos en María: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. (…) Ahí tienes a tu madre” (Jn. 19, 26-27) Desde ese momento doloroso en la cruz, Jesús nos entregó a María como madre para protegernos, guiarnos, apapacharnos, contenernos, unirnos como hermanos y mostramos el camino. Recémosle a diario, invoquemos su ayuda en nuestras preocupaciones, cuidemos como ella los detalles, celebremos como ella en Caná, sirvamos en silencio, estemos al pie de los que sufren y no perdamos nunca la fe.

Una mirada mística como la de Jesús viene a ser un bálsamo para nuestra incertidumbre, para nuestra necesidad de respuestas, para la búsqueda de sentido, para vivir en el amor aún en la tormenta y saber que tenemos mucho que agradecer cada día y que cada día tiene su afán.

“Por eso os digo: no os inquietéis pensando qué vais a comer para poder vivir, ni con qué vestido cubriréis vuestro cuerpo. Porque la vida es más importante que el alimento y el cuerpo más importante que el vestido. Observad a las aves; no siembran ni cosechan, ni tienen despensas ni graneros, y Dios las alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que los pájaros!” (Lc 12.22-24).