Stefan Zweig fue uno de los grandes escritores en el primer tercio del siglo XX, uno de los más convulsos en la historia de la humanidad. Su sensibilidad y su pasión por la cultura europea fueron tales que, no pudiendo soportar el auge del nazismo y su imposición en cada vez más países conquistados, se suicidó junto a su mujer en 1942.
Firmada ese 22 de febrero en la ciudad brasileña de Petrópolis, donde se encontraba viviendo en ese momento (abatido, estaba convencido de que Hitler ganaría la II Guerra Mundial y se haría con el control del planeta, aplastando la civilización occidental), la carta de suicidio de Zweig es uno de los testimonios más impactantes a la hora de reflejar la desesperación humana.
Su patria espiritual
“Por mi propia voluntad –declaraba en la misiva– y en plena lucidez: cada día he aprendido a amar más este país, y no habría reconstruido mi vida en ningún otro lugar después de que el mundo de mi propia lengua se hundiese y se perdiese para mí, y mi patria espiritual, Europa, se destruyese a sí misma”.
“Pero –proseguía– comenzar todo de nuevo cuando uno ha cumplido sesenta años, requiere fuerzas especiales, y mi propia fuerza se ha gastado al cabo de años de andanzas sin hogar. Prefiero, pues, poner fin a mi vida en el momento apropiado, erguido, como un hombre cuyo trabajo cultural siempre ha sido su felicidad más pura y su libertad personal, su más preciada posesión en esta tierra”.
La larga noche
“Mando saludos –concluía ante el abismo del fin de la vida propia– a todos mis amigos. Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, que soy muy impaciente, me voy antes que ellos”.
Ahora que, salvado las distancias, la humanidad pasa otra “larga noche” marcada por la oscuridad, con la pandemia del coronavirus cobrándose vidas en prácticamente todos los países del mundo, conviene adentrarse en el alma libre de este vienés de origen judío que cultivó la novela, el teatro, la poesía, el ensayo y la historia, siendo fascinantes sus biografías de personajes como María Estuardo o María Antonieta.
Contra los fanáticos
Como no podía ser de otro modo en un hombre de su sensibilidad, lo transcendente no le dejó indiferente. Así, por ejemplo,nos regaló esta maravillosa frase con la que desnudar a aquellos que pervierten la fe al convertirla en un arma arrojadiza contra quienes piensan de un modo diferente, reduciéndola a mera ideología: “Aquellos que anuncian que luchan en favor de Dios son siempre los hombres menos pacíficos de la Tierra. Como creen percibir mensajes celestiales, tienen sordos los oídos para toda palabra de humanidad”.