La ‘Última Cena’ (1555-1562) de Juan de Juanes, conservada actualmente en el Museo del Prado, fue realizada originalmente para el retablo de la iglesia de San Esteban, en Valencia, ciudad donde el pintor se había consolidado como uno de los maestros más significativos de su Renacimiento pictórico en el siglo XVI.
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Allí, en la sacristía de la Catedral, pudo contemplar una copia de la ‘Última Cena’ de Leonardo da Vinci que le serviría de inspiración y modelo para esta pintura, especialmente en lo que se refiere al tratamiento del espacio y al dinamismo de las figuras. Los documentos conservados indican que el conjunto de San Esteban habría sido realizado entre 1555-1562 y que la Última Cena se situaba en el centro de la parte inferior del retablo.
La fuerza de la Eucaristía
Juan de Juanes renueva la fórmula iconográfica dominante en la Edad Media para la representación de la Última Cena, dominada por el anuncio de la traición de Judas. Aunque, como señalaremos, el pintor no olvida este aspecto, por influencia de la liturgia, presenta con gran solemnidad la institución de la Eucaristía. Por ello, la composición queda centralizada por la figura de Cristo, serena, un tanto idealizada por la influencia que Rafael tiene sobre el pintor y recortada sobre un fondo de paisaje que refuerza el estudio en perspectiva del espacio.
En ella se concentran los gestos y las miradas de los apóstoles, quienes se muestran individualizados por sus rasgos y por las inscripciones doradas de sus nimbos. Con la teatralidad de sus manos y la intensidad de sus rostros personifican diversas reacciones ante las palabras de Cristo: asombro, abandono, veneración, miedo…
Todos parecen conmovidos excepto Judas, quien cierra la composición en primer término, mostrando al fiel el saco con las treinta monedas de plata con las que entregaría a su Maestro. Es el único personaje que no presenta nimbo de santidad, por lo que su nombre está inscrito en su sencillo sitial de madera. Su traición se refleja a su vez en su forzado escorzo, de inspiración miguelangelesca, y en el amarillo de su manto, ya que este color era considerado color de perversión y engaño.
Pan y vino
La disposición de figuras es ordenada por la mesa, trabajada casi como si se tratara de un bodegón, con un tratamiento minucioso de cada motivo, diferenciando las texturas, desde la rugosidad del pan, hasta la transparencia del vino o el reflejo de la luz sobre el metal. Pan y vino, referencias eucarísticas, se recortan sobre el mantel blanco, importante foco de luz en la pintura. El pintor concentra nuestra atención en el cáliz representado ante Cristo, imagen pictórica del santo grial conservado en la Catedral de Valencia.
Igualmente representativa es la jofaina de primer término para evocar el instante anterior del Lavatorio de los pies a los discípulos. La fuerza expresiva de esta pintura, la monumentalidad de las figuras, su equilibrio cromático, la perfección del dibujo, el tratamiento lumínico, el estudio perspectivo del espacio y la riqueza su contenido, convierten a esta pintura en instrumento privilegiado para contemplar la Belleza con mayúsculas.
Además, si la imaginamos en su emplazamiento original, cuando el sacerdote elevara la Sagrada Forma durante la consagración en el altar de la iglesia valenciana de San Esteban, su gesto coincidiría con el de Cristo, cobrando la pintura significado pleno.
Para saber más…
- Puedes realizar una visita virtual a esta obra en el Museo del Prado.