En el discurso del pasado día 4 de abril, en el que se anunciaba la segunda prórroga del estado de alarma –con la consiguiente prolongación del confinamiento–, el presidente de Gobierno citaba a un poeta persa, Saadi (1213-1291), uno de cuyos poemas, según dijo Pedro Sánchez, se encuentra en el llamado ‘Hall de las naciones’, a la entrada del edificio de las Naciones Unidas en Nueva York. “Todos los seres humanos somos parte de un mismo cuerpo”, son las palabras del poema de Saadi que citó Sánchez.
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La verdad es que la imagen del cuerpo es muy socorrida como término de comparación con un grupo humano, sea este una sociedad, o un grupo determinado, o la humanidad entera. De hecho, en nuestro contexto occidental, la primera mención de la comparación del cuerpo humano, que yo sepa, se la debemos a un romano de nombre Menenio Agripa. Cuenta el historiador Tito Livio (59 a. C. – 17 d. C.) que en el siglo siglo V a. C. hubo una revuelta de plebeyos contra el Senado romano. El patricio Menenio Agripa fue enviado a negociar y convencer a los fugados de la Urbe. Les propuso una fábula en la que los diversos miembros del cuerpo se rebelaban contra el estómago (cf. Historia de Roma II,32,8-12). La intención era hacer ver a los plebeyos que eran necesarios para el buen funcionamiento de la sociedad, si bien es verdad que el sentido último era salvaguardar el modo de vida de los patricios romanos, apoyado en el trabajo de la plebe.
Todos, un único cuerpo
Quizá por eso, la otra utilización del apólogo del cuerpo –sin duda la más conocida en nuestra tradición occidental– es la que hace el apóstol san Pablo en la primera carta a los Corintios. En efecto, en 1 Cor 12,12-30 encontramos una reflexión del Apóstol sobre la Iglesia como cuerpo de Cristo, un cuerpo único, solidario, pero diverso en sus miembros. Al contrario que la fábula de Menenio Agripa, y más allá de la solidaridad general del poema de Saadi, el sentido paulino de su comparación apunta a cuidar precisamente a los miembros más débiles del cuerpo, a los más “despreciables” y menos “decorosos”.
No solo todos somos miembros de un único cuerpo, sino que, además, por eso mismo, tenemos la obligación de cuidar de los más pequeños, frágiles o vulnerables.