Rafael Marco Casamayor es religioso de la Sociedad de Misiones Africanas (SMA). A sus 76 años, este 2020 celebra las bodas de oro de su ordenación sacerdotal y de su llegada a África. Y es que fue en septiembre de 1970 cuando llegó a Benín (“entonces Dahomey”), donde permaneció más de 30 años. Tras un tiempo de vuelta a España para impulsar la animación misionera en nuestro país, acabó volviendo a su continente amado; en este caso a Níger, primero a Tera y después a Gaya, donde vive hoy y, fiel a su pasión por encarnarse allí donde está, “intento aprender la lengua, cultura, tradiciones e historia de la región”.
“Después –cuenta– de recorrer casi todos los sueños y un buen número de caminos animando a la misión africana y administrando lo que se podía administrar y era capaz; después de haber buscado y haberme encontrado en España con gente casi siempre maja y dispuesta, sorprendentemente solidaria, a los que les hablaba de África de mil maneras (con leyendas y cuentos, con música de tambores y ritmos frenéticos, con amores andariegos y sacrificios sobre una Iglesia en salida y en marcha, atenta a los más pobres y excluidos); después… Pues tenía ganas de salir a la calle y al campo, de saludar y charlar con el primero que llegase y tomar una cerveza a orillas del río Niger, que es donde mejor sabe del mundo, lo que le trae a uno infinidad de recuerdos e historias antiguas de pueblos y culturas que por su amplio y sereno cauce han pasado”.
Enamorado de su gente
“Tenía que ser África –añade–, y por eso regresé, después de operarme la rodilla. Vine con dos muletas, por si acaso, pero enseguida me dejé arrobar por el encanto de sus hombres, mujeres y niños, por su sabor picante y por el encanto de su cielo estrellado. Es una música celestial que sobrecoge. Y es que uno ya va teniendo su historia africana…”.
Con su alegría desbordante, Marco mira adelante al recordar “las misiones fallidas de Tera y Torodi, de las que tuvimos que salir por las amenazas yihadistas; una pena y un dolor que permanecen en silencio, muy dentro. Pero ahora nuestro presente y futuro es la misión de Gaya”.
Acosados por el terrorismo
“Una Iglesia –reconoce– que está viviendo tiempos difíciles con el secuestro de Pier Luigi, el tiroteo a otro sacerdote en Dolbel, la quema de iglesias en Zinder y Niamey de hace cinco años… Eso se nota y hay que tenerlo en cuenta. Poco después de mi llegada, tuvimos un encuentro de agentes pastorales de nuestro sector y, a continuación, celebramos la Inmaculada, nuestra fiesta SMA. El tema recurrente era la seguridad: había que organizar nuestra vida y actividades con relación a ella, incorporando a los seglares en diversas actividades anteriormente reservadas a sacerdotes y religiosos y reorganizando las diversas misiones en comunidades de base”.
Por si fuera poco con la amenaza terrorista, ahora les ha caído encima la amenaza del coronavirus… Algo que, por su puesto, no arredra en absoluto a este misionero rebosante de pasión y buen talante. De ahí que solo hable en clave de esperanza, como testimonió en la celebración de la reciente vigilia pascual: “La celebramos en Gaya mi compañero Isidro y yo solos, antes de que cortasen la luz, unidos en la fe y en el amor a toda la comunidad cristiana de la ciudad y a toda la familia misionera. Había que reaccionar para no caer en la tristeza de la soledad. Y reaccionamos, eh, que la luz de Pascua alumbra también en la soledad. Ahora sientes la comunidad más que nunca y la echas en falta”.
Una vigilia pascual muy especial
“Es verdad –admite– que tenía que haber sido de otra manera, celebrando juntos la vigilia pascual, la alegría después de la Cuaresma y la Pasión; y, sobre todo, la alegría contagiosa y luminosa de los recién bautizados. Aún recuerdo la vigilia pascual de Abomey, en la que se bautizaban Josephine y Christophe, dos leprosos a los que visitaba con frecuencia en su barrio de Djegbè y que vivían en un chamizo aislados de todos los demás, olvidados, y eso que ella era princesa. Esa noche se habían vestido de blanco, de un blanco inmaculado y estaban radiantes de luz y de felicidad”.
“De otro año –rememora–, recuerdo a Germaine, catecúmena, a la que había bautizado estando ella en coma y que poco después resucitó, maravillas de Dios. Tal noche como esta noche, en la noche pascual, recibía la primera comunión emocionada, el rostro cubierto de lágrimas de alegría y de agradecimiento. También estaban los jóvenes de Lèlè que pasaron toda la noche pascual cantando y bailando con otros jóvenes de los pueblos vecinos”.
Habrá fiesta
“Esto –lamenta– también podía haber sido esta noche, y no fue. La fiesta se estaba preparando, los catecúmenos que iban a recibir el bautismo en esta vigilia pascual también, la música, los cantos, los tambores y ritmos djerma, hausa, francés… El banquete comunitario, los padrinos, las familias… Pero todo se andará y quedará pendiente para la primera ocasión que se presente, sabiendo que Dios, que tanto gusta del silencio y obra en lo oculto y comprende lo que está escondido a nuestros ojos, lo entenderá y lo bendecirá”.
“Es una experiencia nueva –enfatiza– de silencio, de aislamiento y también de fe, que nos sorprende y que descubrimos con cierta frecuencia en nuestro trajín misionero, al ver cómo surgen nuevas comunidades cristianas o en la conversión de muchas personas que difícilmente podíamos imaginar”.
Pues será el amor…
Marco, fiel a su estilo directo y divertido, concluye recordando la pregunta que le hacen a menudo: “’Pero, ¿por qué aquí? ¿Por qué a tu edad?’. Siempre respondo con humor, pero no por la tangente: ‘Pues será el amor, siempre loco y tarambana, que habrá que gestionar, ya ves tú’. El amor nunca es engreído, aunque puede ser conquistador y, pienso yo, se crece y se hornea contemplando desde abajo, incluida la humildad”.
Este religioso de la Sociedad de Misiones Africanas (SMA) es un fiel ejemplo de la Iglesia en salida a la que el Papa quiere ayudar en un momento de gran dificultad. De hecho, Francisco ha creado un fondo de emergencia misionero con 700.000 euros para paliar el coronavirus. Estos recursos se distribuirán por medio de Obras Misionales Pontificias (OMP) en los territorios de misión más necesitados como consecuencia de la pandemia.