Tribuna

Después del coronavirus, saldrá el Sol de la Pascua

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La coincidencia del COVID-19 con la pasada Cuaresma en su camino hacia la Pascua no es un hecho casual, sino una oportunidad que nos puede ayudar a despertar la esperanza ante la gran crisis que afecta a la humanidad. La pandemia nos plantea tres grandes desafíos: el primero dirigido a la ciencia, el segundo a la razón y el tercero a la fe.



La ciencia conserva su valor de siempre –ciertamente, saldrá de esta crisis actual de la salud–, pero debe reencontrar la humildad propia del verdadero científico. La ciencia es un método de investigación, pero de ninguna manera es un dogma. De lo contrario, tal como los hechos nos lo están demostrando, la ciencia puede convertirse en un “gigante con pies de barro”.

La razón ha de seguir reflexionando sobre las causas profundas y los efectos de esta crisis, que no es solo una crisis de salud, sino una crisis del modelo de vida de la humanidad. La pandemia del COVID-19 no se podrá resolver auténticamente si, al mismo tiempo que trabajamos para recuperar la salud colectiva, no erradicamos las epidemias del hambre de los que mueren por falta de alimento, de las víctimas de la guerra, de los que mueren en el Mediterráneo… Además, la razón humana, aun siendo luminosa, siempre es penúltima, porque se le escapa una respuesta fehaciente al reto inexplicable del sufrimiento de los inocentes y al enigma de la muerte.

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La fe ha de seguir proclamando la esperanza que brota del amor de Dios a la humanidad, inseparable del amor de los seres humanos entre nosotros mismos, pero debe hacerlo con sencillez y temblor, porque no tiene que anunciar esperanza en abstracto y con prepotencia, sino en medio de las turbulencias de los sucesos diarios, y siempre en solidaridad con todo el mundo, sin distinción de edad, ideología y espiritualidad humanista agnóstica, atea o religiosa. Hemos de seguir trabajando, pues, todos juntos, en solidaridad, utilizando las vías de intervención que nos ofrecen la ciencia, la razón y la fe.

La bendición ‘Urbi et Orbi’ del papa Francisco, solo, en la plaza de San Pedro de hace unos días, es un símbolo profético de esta esperanza, porque nos recuerda que vivir encarnados en la ‘polis’ (ciudad) nos reporta muchos bienes, pero no nos permite escaparnos del sufrimiento y de la muerte.

Sin embargo, la Pascua anuncia que la última palabra no está en manos de la muerte, sino de la resurrección… Después de esta grisura cuaresmal que vivimos, saldrá el Sol de la Pascua… y ya hay algunos indicios de este amanecer pascual: todas las personas que aman y, con un corazón esperanzado, están comprometidas en resolver los problemas humanos y viven el presente con confianza y abandono, porque han descubierto que nadie se salva solo.

Saldrá el Sol… no tengamos miedo… es Pascua.