Tribuna

El coronavirus y el Libro de Job: una reflexión para católicos con responsabilidades políticas llenos de dudas e incertidumbres

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“Deteneos y reconoced que yo soy Dios, más alto que los pueblos, más alto que la tierra. El Señor del universo está con nosotros” (Sal 45. 11-12). En estos días, he podido leer el magnifico libro  ‘La fuerza de la debilidad. Reflexiones de Job’, del difunto cardenal Martini. He de confesar que me acerqué a la lectura con ciertos prejuicios negativos acerca de su autor, que me habían sido transmitidos hace varios años. Nuevamente, ha sido un Papa quien me ha educado, limpiando mi mirada –en este caso de prejuicios– para acercarme a la realidad y disfrutar de las reflexiones tan profundas y ricas de este arzobispo de Milán.



Deseo compartir, especialmente para amigos que tienen responsabilidades políticas, algunas de las reflexiones de este valioso libro, que desde luego recomiendo. Martini nos lleva por una contemplación del texto bíblico de Job, concluyendo siempre con aplicaciones prácticas para nuestros días. El santo Job fue un hombre justo e intachable que fue sometido a duras pruebas por Satanás, con la autorización de Dios, para demostrar la fidelidad y autenticidad de su amor por Dios.

Clamor al cielo

En el momento más intenso de su sufrimiento, Job clama al cielo, diciendo que no entiende nada, que no sabe ni siquiera quién es; se siente justo, pero duda incluso si de verdad ha sido justo, por todos los sufrimientos y hechos negativos que está viviendo, sin ninguna explicación. Es como si llegara hasta dudar de su identidad misma. Afirma Martini: “Si al menos supiera si voy bien o no, si al menos supiera lo que debo hacer, si al menos supiera si lo que estoy haciendo es lo que debo hacer… La incertidumbre me atormenta: ¿cuáles son mis responsabilidades?, ¿qué se espera de mí?… Así pues, Job representa esta dolorosa incertidumbre sobre uno mismo y los deseos de querer ser juzgados y justificados plena y claramente en relación a lo que hacemos y nos concierne”.

Es la incertidumbre que vive muchas veces el cristiano honesto que tiene responsabilidades públicas: no saber si lo que está haciendo o decidiendo es correcto; es el tormento que vive el político católico con rectitud de conciencia, de sentirse desbordado y superado por situaciones que no alcanza a encontrar una solución y, a veces, ni siquiera a comprender. Perfectamente, hoy podríamos afirmar que es el sentimiento que nos genera la situación provocada por la pandemia del COVID-19, donde miles de personas están muriendo, millones se encuentran aisladas y el futuro se nos presenta oscuro e incierto. Como lo afirma la profesora brasileña Lilia Moritz en su libro ‘Brasil –una biografía…’: “La historia solo es previsible cuando la vemos de lejos. De cerca, todo es muy confuso”.

Del texto de Job, el cardenal Martini nos comparte la reflexión sobre la necesidad de que hay que aceptar que somos impotentes: “Puede ser duro, porque nuestra época está justamente orgullosa de sus progresos… Sin embargo, es auténtica sabiduría reconocer que no sabemos ni podemos saberlo todo, que toda ciencia es parcial y conoce un solo aspecto de la realidad. Esta limitación nuestra nos quema y nos humilla, ya que estamos continuamente tentados de poseer el conjunto de la realidad, para prever también el futuro… Quiero tener la clave de la totalidad del ser, la totalidad del plan misterioso de Dios, del misterio de la Iglesia, del futuro de nuestra sociedad. En cambio, la auténtica sabiduría nace de la aceptación de esta limitación humana”.

cardenal Carlo María Martini fallecido 2012

Confiar en Dios

Martini también nos llamaba a tener que confiar en Dios… Si reconozco que soy incapaz hasta de conocerme real y completamente a mí mismo, cuando en ocasiones no me comprendo, cuando estoy lleno de dudas que me carcomen, cuando me siento triste y adolorido; tendré que reconocer que quien me justifica es el Señor, pues Dios es el único que conoce por completo mi propia vida. Entonces, tengo que confiar en Dios. El futuro está en las manos de Dios. Del mismo modo que los planes dependen en sus resultados de miles de imprevistos que se nos escapan y cuya totalidad solo conoce el Señor, a nosotros se nos pide aplicarnos con humildad a estos fragmentos de conocimiento que nos son posibles, aceptando que los acontecimientos nos superan, nos desmienten y nos obligan a revisarlo todo. “Solo Tú, Señor, me haces reposar con seguridad”.

Martini, nos invita a renunciar a nuestra mentalidad de proyecto, la cual se caracteriza por pretender programar y controlar la totalidad de la realidad, como si el futuro lo pudiéramos controlar y meter con su infinitud de posibilidades en planes estratégicos, declaraciones de objetivos o, peor aún, en una ideología. En su lugar, el cardenal italiano nos invita a tener “una mentalidad de peregrinación, que trata de acoger las cosas que hay, evaluar lo que debe hacerse y vivir después con aquella confianza que no se jacta de poder conocerlo todo, ni siquiera acerca de nosotros mismos”.

Lo importante es confiar en Dios, “seguir adelante con la libertad de quien se sabe juzgado únicamente por Dios y se esfuerza por corregir los errores que conoce… Una actitud bíblica fundamental, por la que uno se fía del aliado: has puesto tu mano en mi hombro y, aunque camine por un valle oscuro, no temeré ningún mal, porque tu éstas conmigo”.

Pequeñez e impotencia

Ciertamente, hoy nos encontramos en un mundo cuyos problemas nos recuerdan nuestra pequeñez y nuestra impotencia. Estamos llenos de dudas. El horizonte que se nos presenta es inquietante e incierto. “Y esto es motivo de ansiedad –escribe Martini–, de sufrimiento, de búsqueda, pero no de desesperación, porque el misterio de Dios guía nuestro universo confuso y lleno de absurdos, permitiéndonos encontrar en cada momento nuestra pequeña tarea con la esperanza de que, si cometemos errores, Él nos perdonará, conduciéndonos a una unión más grande entre nosotros y haciendo crecer el amor. Solo así es posible afrontar las grandes decisiones sobre situaciones cuyo alcance no llegamos a percibir totalmente”.

Como nos recordó hace unos días el abad general del Cister, “no se trata de huir de la realidad y renunciar a los medios humanos que se ponen en marcha para defendernos del mal. Esto sería un insulto a los que ahora, como todo el personal sanitario, se sacrifican por nuestro bien. También sería blasfemo pensar que Dios nos envía pruebas para luego mostrarnos lo bueno que Él es para librarnos de ellas. Dios entra en nuestras pruebas, las sufre con nosotros y por nosotros, hasta la muerte en la Cruz. Nos revela de esta manera que nuestra vida, tanto en la prueba como en el consuelo, tiene un significado infinitamente mayor que la resolución del peligro presente”.

¡De ninguna manera se trata de huir de la realidad! Se trata de devolvernos la capacidad de actuar con más amor. Dice Martini: “La entrega a Dios es la que nos hace comprometernos aquí y ahora por amor a la gente, aparte de ser la única solución razonable para quienes viven en nuestro tiempo…, se trata de adentrarnos en la realidad con una moralidad más seria, con la capacidad de expresar nuestras energías valientemente y sin lamentarnos… Job llega a entenderlo a través de la prueba, y por la gracia de Dios, nosotros llegaremos a comprender la importancia de crecer, ante todo, en el abandono al misterio, con humildad y con espíritu de escucha, en el amor recíproco, paciente y perseverante; entonces, encontraremos algunas soluciones”.

Pero, la sabiduría, ¿de dónde se saca? ¿Dónde está el lugar de la inteligencia? […] Solo Dios sabe su camino, solo Él conoce su yacimiento” (Job 28, 12 y 23).

José Antonio Rosas es director y fundador de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos