El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) apunta que el número de creyentes en nuestro país se sitúa en el 61,2%, la cifra más baja de la serie histórica. Más allá de la “cocina” que pueda haber detrás de estos datos, lo cierto es que se reafirma la tendencia a la baja de los católicos no practicantes que dan el paso a considerarse ateos y agnósticos.
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Los expertos consideran que la galopante secularización ha llevado a muchos ciudadanos, cuyos valores están enraizados en el humanismo cristiano, a dar un salto más y sentirse ya más fuera que dentro de la institución.
La pandemia del coronavirus irrumpe como una oportunidad inequívoca para el reencuentro. Son muchos los que están demandando espacios de escucha, una palabra de consuelo o una respuesta que vaya más allá de lo científico y lo político en medio de tanto desconcierto.
En la medida que la Iglesia acompañe, aliente y reconforte en primera persona, y no se detenga en elaborar un manual de uso con lecciones de vidas ejemplares, quizá no logre dar un vuelco a las estadísticas, pero sí recuperar ese sentimiento de pertenencia de tantos fugados que están buscando volver a casa y no saben cómo.