Era el año 1886 cuando nacía la celebración del 1º de Mayo…, han pasado ya más de 130 años de esa lucha obrera de sindicalistas anarquista en Chicago que fueron ejecutados por la huelga convocada para reivindicar la jornada laboral de 8 horas.
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Cuantos hombres y mujeres desde entonces se han dejado la vida en este empeño que a la vista de cómo está la situación laboral hoy día podría parecer un esfuerzo inútil, pues no solo no se ha consolidado la jornada de las 8 horas, sino que el empleo está lejos de ser un derecho que garantice la dignidad de la persona.
Tenemos que ser muy humildes y tomar conciencia que la historia no ha empezado con nosotros, tenemos el deber moral de hacer una mirada agradecida, lo poco o mucho de los derechos laborales que disfrutamos hoy día, se lo debemos a todos esos hombres y mujeres que pelearon y lucharon por ello.
Los derechos conquistados
Hoy en el contexto de pandemia que padecemos por la Covid-19 hemos de estar atentos y prepararos para no perder los derechos conquistados y que las consecuencias económicas las paguemos los trabajadores y trabajadoras más empobrecidas de nuestra sociedad, pues la indecente precariedad se traduce en vidas truncadas, vulnerables y violentadas; en personas explotadas, heridas y quebradas.
No puede haber trabajo decente si no hay una sociedad decente y no habrá sociedad decente si no hay mujeres y hombres que peleen y comprometan su vida, para que este objetivo de justicia pueda ser una realidad. En este compromiso, en esta lucha por la dignidad del trabajo, crecemos como personas y como comunidad…, sabemos que nuestra entrega es necesaria porque nos hace mejores.
El trabajo decente es “una prioridad humana y cristiana”, dice el papa Francisco y reitera que “sin trabajo no hay dignidad”, denunciando con firmeza, que “no todos los trabajos son dignos (…) hay trabajos que matan: mata la dignidad, mata la salud, mata la familia, mata la sociedad. El trabajo negro y el trabajo precario matan”. El trabajo es una dimensión de la propia naturaleza humana, no una necesidad productiva. Es por tanto anterior al comercio, a la producción, al capitalismo y a todo. El trabajo nace con el hombre y la mujer y pertenece a su propia condición humana.
Queremos ser testimonio de una Iglesia en salida que toma la iniciativa y apuesta por unir esfuerzos y compromisos, para llevar adelante esta tarea compartida por el movimiento sindical mundial, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos que promueven y trabajan por este objetivo: el trabajo decente.
El problema más grave que tenemos en esta sociedad es la disolución de lo humano y esto implica formular propuestas concretas que posibiliten este cambio social, que debe consistir en reconstruir esa humanidad que coloque a la persona como lo primero.
Hay mucha información, mucho diagnóstico, muchas voces diciendo lo que pasa o lo que va a pasar…, pero sigue faltando el compromiso de personas, que sin saber lo que hay que hacer, empeñan sus vidas en la búsqueda.
Como personas cristianas, en este 1º de Mayo, no nos dejemos vencer por el desaliento y pidámosle al Padre sensibilidad para captar la hondura y profundidad de los acontecimientos que nos ha tocado vivir y nos dé el coraje suficiente, para que, junto a otros, hagamos de esta nuestra casa, un lugar más humano y habitable para el mundo obrero y que no deje a nadie descartado en la cuneta.