El 25 de abril el papa Francisco nombró a Luis José Rueda Aparicio como nuevo arzobispo metropolitano de Bogotá. Sucederá al cardenal Rubén Salazar Gómez, a quién le fue aceptada su renuncia por edad tras casi una década en el gobierno pastoral de la capital de Colombia.
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Gratitud, fe y sorpresa
PREGUNTA.- ¿Cómo recibe la nueva misión que le encomienda el papa Francisco de pastorear la arquidiócesis de Bogotá?
RESPUESTA.- Con gratitud, con fe y con mucha sorpresa. Y arranco por lo último. Con una sorpresa enorme porque es saber que hay una responsabilidad muy grande con la ciudad de Bogotá, con la Iglesia colombiana, y sorprendido porque el papa Francisco en su misericordia y como instrumento de la misericordia de Dios, se ha fijado en el más pequeño de los obispos de Colombia.
Estaba contento peregrinando en el Cauca, sirviendo a la comunidad, pero ahora [en la Arquidiócesis de Bogotá] estaré contento, con fe y disponible para seguir sirviendo con el clero, con los obispos auxiliares, y con todo el episcopado colombiano, viviendo esta experiencia sinodal al servicio del país y de la humanidad.
Iglesia en camino
P.- ¿Esta experiencia sinodal está transformando la vida y la misión de la Iglesia?
R.- Lo que está haciendo el papa Francisco con esta dimensión sinodal de la Iglesia, en todos los niveles: universal, nacional, locales y parroquial, es retomar el espíritu comunitario y misionero de la Lumen Gentium y del Concilio Vaticano II, ese segundo Pentecostés inspirado por el Espíritu, donde la Iglesia redescubrió la dimensión del Pueblo de Dios. La Iglesia es el Pueblo de Dios y todos nosotros hacemos parte de ese caminar, de esa marcha permanente.
Pero, además, es volver a los orígenes, volver a los Hechos de los Apóstoles, a la Iglesia fundada por el Señor, guiada por el Espíritu Santo, que no tenía las respuestas todas dadas, sino que las iba buscando. Entonces, esa sinodalidad que vivió la primera comunidad de cristianos está siendo retomada por el Papa y eso refresca, pone en camino y nos lleva a las fuentes, a lo original del nacimiento de la Iglesia.
P.- Lo hemos vivido en el Sínodo para la región Panamazónica…
R.- El tema de la sinodalidad ha venido desde el postconcilio. Recuerde que hemos tenido permanentemente sínodos. La Iglesia es sinodal cuando se reúne a reflexionar, a discernir y a buscar la mejor manera de servirle a la humanidad, siguiendo lo que decía el papa Juan XXIII cuando convocó el Concilio: es necesario el aggiornamento. Y ese aggiornamento gradual y permanente que viene del posconcilio ha llevado a distintos temas y escenarios sinodales.
En este momento lo que el Papa quiere es que con todo el Pueblo de Dios trabajemos una espiritualidad sinodal, donde nos escuchemos y compartamos desde la fe la riqueza que cada uno tiene, sabiendo que el aporte de todos fortalece la comunión y la misión evangelizadora al servicio de la humanidad. Se trata de ser signos e instrumento de la comunión entre nosotros y de nosotros con Dios.
Sanar las enfermedades de la Iglesia
P.- ¿La sinodalidad podría ser la cura a las enfermedades que aquejan a la Iglesia?
R.- Desde luego, por ahí va la sanación para males como el clericalismo, la apariencia, la vanidad, hacer carrera [dentro de la Iglesia] o ejercer la autoridad como un mando y no como un servicio. Es volver a la persona de Jesús de Nazaret. Jesús vive esa sinodalidad con los discípulos, siendo el Hijo de Dios nos enseña qué es el abajamiento, la kénosis: con humildad se pone a caminar con ellos. Y los textos pascuales que estamos celebrando por estos días nos muestra a un Jesús que se pone en camino, que se interesa por lo que van conversando los discípulos tristes que regresan a la aldea de Emaús, les abre el corazón y lo hace arder con las Escrituras, entra en la casa, comparte el pan. Entonces la Eucaristía, los sacramentos, la Palabra de Dios y toda la evangelización, tienen ese toque sinodal y esa espiritualidad que nos libra del clericalismo, de la autosuficiencia, de la autorreferencialidad y de la apariencia.
P.- ¿Ha tenido algún contacto reciente con el papa Francisco?
R.- Con el Papa hemos tenido distintos encuentros. La primera vez que lo vi fue en un retiro espiritual en Roma. Allá pude dialogar con él, concelebrar, escucharlo, saludarlo y conversar así fuera 30 segundos. Después, cuando vino a Colombia, tuve la oportunidad de estar muy cerca de él en distintos momentos y de escucharlo atentamente. Y tuvimos un pequeño diálogo en Cartagena, cuando se iba, un diálogo más bien anecdótico, fraterno, cercano, no trascendente, no con temas pastorales ni teológicos, sino más en la relación humana que él genera en torno a las personas. Y luego lo vi cuando recibí el palio como arzobispo en Roma, también pudimos hablar muy brevemente.
Pero el resto es la comunicación espiritual que tenemos con él, como Iglesia. Estoy atento a sus predicaciones y las siento como un diálogo conmigo y con toda la humanidad. Él va a lo profundo de la vida y nos anima. Como que todos los días uno se siente hablando con él, que busca hablarnos al corazón, busca hablar a la humanidad; lo hace en nombre de Cristo pero con un lenguaje comprensible, de tal manera que todos nos sentimos en diálogo permanente con el sucesor de Pedro.
Comunicar vida nueva
P.- Usted, como el Papa, hace uso de las redes sociales, ¿cómo comunica la Iglesia en este tiempo?
R.- El Papa siempre nos ha dado un mensaje muy claro y es fruto de la contemplación, de la meditación que hace de la Palabra. Yo pienso que él le dedica mucho tiempo a la Palabra –más de una hora todos los días, tal vez– para luego compartirnos en cinco minutos el fruto. Esa contemplación de la Palabra hace que Jesús, el verbo encarnado, se vuelva vida y se ponga a caminar con nosotros. Es preguntarnos qué le dice Jesús a la humanidad en este tiempo.
El papa Francisco es un hombre contemplativo, silencioso, con los pies en la tierra, pero con la mente, la conciencia y el corazón puesto en Jesús de Nazaret. De allí brota la posibilidad de comunicar vida nueva –como el nombre de la revista–, vida nueva en Cristo Jesús, con la gracia del Espíritu Santo. Y el maestro de todo es Jesús, porque es el gran comunicador que a partir de lo cotidiano hace una parábola, un mensaje trascendental que sigue siendo vivo, que sigue siendo un mensaje resucitado, caminante y peregrino en nuestra vida, porque supo combinar la trascendencia del Dios Padre misericordioso con la sencillez del granito de mostaza.
P.- Usted ha dicho recientemente que es un cura de pueblo, que proviene de la ruralidad. ¿Se considera un obispo con ‘olor a oveja’?
R.- A mí me ha formado el pueblo de Dios. Soy de una familia numerosa, somos once hermanos. La comida era para varios y nunca andábamos por caminos individuales. Cuando escucho este término que usa el Papa, recuerdo a los sacerdotes de mi pueblo, allá en Santander, en la Diócesis de Socorro y San Gil, donde crecí: huelen a oveja, a pueblo, a tierra, a maíz, a millo, a fique, huelen a los caminos de nuestra tierra, sudan con nuestro pueblo.
Soy fruto de un estilo presbiteral que se vive en Santander, en mi tierra, donde el sacerdote está muy cercano a todos los acontecimientos. Termina uno oliendo a pueblo, incluso oliendo al pecado del pecado, pero oliendo en medio del pecado la misericordia que Dios tiene para tendernos la mano y hacernos caminar como pueblo. Creo que si dejáramos de ser pueblo, dejaríamos de ser la Iglesia que Cristo fundó.
“El gran desafío es que seamos pueblo”
P.- ¿Qué retos pastorales vislumbra de cara a la nueva responsabilidad que asume al frente de la Arquidiócesis de Bogotá?
R.- Bogotá es la ciudad más importante de Colombia, y allí está la síntesis del sufrimiento, pero también de los logros, de las luchas, de los procesos en todos los órdenes: en la economía, la política, la cultura, la ciencia, el deporte… y también en la fe.
Y pienso que ese gran desafío no lo puedo asumir personalmente; si lo hiciera en primera persona del singular sería un iluso, alguien que pretende grandezas que superan mi capacidad, como dice el Salmo. Yo lo asumo en primera persona del plural: nosotros, y cuando digo nosotros pienso en los laicos, tantos laicos hombre y mujeres bautizados que en cada una de las parroquias son el rostro de la Iglesia, pienso en los grupos apostólicos, en la ministerialidad de la Iglesia en cada una de las parroquias, en los párrocos, en los vicarios parroquiales, en la vida consagrada masculina y femenina, en los obispos auxiliares y metropolitanos, y pienso en el episcopado colombiano, en comunión con la sede de Pedro.
El gran desafío es que logremos ser pueblo, que logremos caminar, como lo hizo en el Éxodo el pueblo de Israel, guiados por una nube de día y por una columna de fuego en la noche. Sentir que vamos caminando y que la historia la realiza el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, de donde brota el estilo comunional y misionero permanente. Entonces, el gran desafío es que seamos pueblo, y eso nos hace dialogar, escucharnos, acompañarnos y servir.
P.- En el suroccidente y en el Pacífico usted ha sido testigo de la dramática situación de violencia que azota a esta región. ¿A qué está dispuesto con relación a la paz?
R.- El Señor Jesús dice: “la paz les dejo, la paz les doy”, y el saludo pascual a los discípulos es “shalom”, paz. El señor nos hace instrumentos de paz a todos los bautizados. El pacífico y el suroccidente colombiano, como las periferias de nuestro país, como las periferias de nuestras ciudades, de Bogotá, son zonas donde hay hombres y mujeres luchando, enfrentándose a distintos conflictos.
Debemos reconciliarnos; un país reconciliado es capaz de lograr el progreso integral, haciendo crecer las familias, las organizaciones sociales. Nosotros tenemos unos flagelos muy grandes en Colombia y que llevan muchos años: la violencia, la corrupción, la minería ilegal, el narcotráfico, y esas son cadenas de muerte, caminos de oscuridad, de esclavitud, de autodestrucción.
Siempre tenemos que optar por la reconciliación. Pero, no podemos pretender una paz de unos, sino de una paz donde nos comprometamos todos. Una paz que tiene su fundamento en Dios y en la dignidad de hombres y mujeres que son capaces de optar por senderos de diálogo para la resolución de los problemas, no por las vías de la destrucción del que piensa distinto, o la eliminación del que no piensa como yo pienso. Debemos tener la valentía de sentarnos, escucharnos y ver que cada uno tiene una partecita de la verdad para encontrar la verdad plena.
A los violentos: “La misericordia puede transformar sus vidas”
P.- ¿Cómo salir del fango en que nos encontramos frente a la escalada de grupos armados ilegales y narcotraficantes que cada día cobran más vidas, incluyendo la de los líderes sociales y defensores de derechos humanos que diariamente son asesinados en Colombia?
R.- En días pasados los obispos del Pacífico colombiano hicimos un comunicado, y tomando un pasaje de la Misericordiae Vultus, del papa Francisco, con la cual convocó el Año de la Misericordia, le decimos a todos aquellos que están por caminos delictivos, por caminos de guerra, de narcotráfico, que se han dedicado a la empresa de la muerte y a las mafias: déjense amar por Dios, son seres humanos, tienen familia, tienen papá, mamá, hijos, nietos… déjense perdonar; la misericordia puede transformar sus vidas. O sea, no les mandamos un mensaje de maldición ni de anatema, como expulsándolos de Colombia y del mundo, sino diciéndoles: tienen un puesto en la historia, pero si se dejan amar por el amor misericordioso, gratuito y transformador de Dios. Los hemos invitado a tomar las rutas de vida y dejar las rutas de muerte, a valorar más la vida que la economía, a cambiar las armas en instrumentos de trabajo, salud, deporte y progreso.
Y a los líderes sociales y a todos los que optan por servir a la comunidad les decimos que el martirio es un camino que nosotros debemos tenerlo siempre en la mente y en el corazón. Hemos tenido muchos mártires en la historia, pero han muerto por una causa válida, y es hermoso que cuando llegue el momento final de nuestra vida podamos decir: entrego lo que soy, lo que he vivido, termino mi caminar, pero lo termino amando y sirviendo. Si es necesario, morir por las causas de la vida, de la paz, de la reconciliación, por el Evangelio, por el Reino de Dios. Siempre hemos tenido mártires y ellos son semillas de nuevos cristianos comprometidos por la vida.
P.- ¿Qué lo ilusiona en esta etapa de su vida?
R.- Poder servir en medio de la amenaza de la salud que tiene la humanidad. Primero agradeciendo el don de la salud que tengo todavía y pensando en que unidos, con muchos estamentos de la Iglesia y de fuera de la Iglesia, podemos entender la vida de los más frágiles, de los que no tienen atención médica. Hay zonas del país donde he estado en misión y que conozco con claridad, donde hay un médico debe atender 5.000 personas. Esto es una desproporción muy grande, así como hay zonas donde hay un párroco para 25.000 o 30.000 personas.
Entonces, yo pienso que las ciencias humanas, al servicio de la vida, deben “ponerse de moda”, por decirlo así; deben ser opción en los proyectos de vida, y creo que van a cambiar los proyectos de vida de las familias, de las naciones, de los gobernantes, de la economía, de nuestras comunidades rurales y urbanas, de nuestros barrios donde se juega la vida; deben cambiar en la axiología, los valores de la vida, la fraternidad, la solidaridad, el medio ambiente y la espiritualidad, que deben estar en primer lugar.
Estamos en una época de cambio, en los dolores de un parto, pero vivo con la esperanza y sueño con que el nacimiento de una nueva humanidad que esté contagiada de todo lo que Jesús de Nazaret y la buena nueva del Evangelio nos da.
Los párrocos viejos
P.- ¿Quién es su modelo, su inspiración como sacerdote?
R.- Los párrocos viejos, silenciosos, que están en las veredas, que todos los días salen a buscar a las personas, que van con la camándula en la mano, que llevan el santo óleo para los enfermos, que se sientan a confesar, que preparan la predicación, que comparten la fiesta, que organizan a la comunidad. Tengo como modelo a muchos párrocos anónimos, esos que nunca salen en las noticias ni serán entrevistados, que nunca estarán en los medios ni serán famosos.
Obviamente que tenemos grandes figuras, muy conocidas en América Latina: obispos, misioneros, hombres que han entregado con amor su vida. Han hecho parte de la historia de la evangelización en el continente. Vaya uno a pensar, por ejemplo, en un san Pedro Claver, que no era obispo pero era un gran misionero, o en un san Luis Beltrán. Y pienso también en mujeres, como la madre Laura [Montoya], como tantas personas que han hecho opción por el Reino radicalmente y han entregado toda su vida: los mártires, los conocidos y los anónimos, se convierten en una motivación permanente para mí.