Tribuna

Los 100 años de Juan Pablo II

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En medio de las acciones mundiales para salvaguardar la vida humana frente al Covid-19, se conmemora este 18 de mayo una fecha trascendente: el centenario del nacimiento de san Juan Pablo II. Los católicos y muchos en el mundo, le recuerdan como alguien que tuvo siempre un mensaje orientador para los hombres y mujeres de su tiempo. Y también porque lo hizo hasta el final, hasta que no pudo más…



“Con la fuerza de un gigante”, describió el papa emérito Benedicto XVI este largo pontificado de 27 años, durante el cual reivindicó la esperanza del hombre en Cristo, “con una tendencia irreversible” que nadie pudo detener. Fue algo que no lo consiguieron frenar ni las balas, ni la censura y menos aún su larga enfermedad.

Juan Pablo Magno                                      

Es evidente que el papa Wojtyla utilizó su posición y su experiencia para impregnar las culturas con la naturalidad y la convicción de su ser cristiano, con un auténtico celo por la casa de Dios.

¿Por qué sus actividades se convirtieron en los sucesos más multitudinarios del planeta? Y ante su muerte, ¿por qué fue tan llorado? O en sus exequias, ¿acaso no fue el más aplaudido, mientras se pedía su canonización inmediata? 

Digamos que todo esto sucedió porque animó y sostuvo a los cristianos –libres o impedidos de expresar su fe–, a través de aquel llamado inicial: ¡No tengan miedo!

Su discurso llenó al mundo de valentía, porque esa voz provenía de alguien que había sentido miedo frente a la persecución de dos dictaduras, en las cuales vio de cerca la carestía, la clandestinidad y el temor del estado. Nadie olvidará que hasta el papado llegó un obispo venido de lejos, probado en su fe, cuyos estudios eclesiásticos debió hacerlos desde las catacumbas. Sería en medio de esas privaciones, desde donde se erguiría como artífice de la paz y la libertad en su natal Polonia.

Durante los años de pontificado dejó un legado conformado por catorce encíclicas, quince exhortaciones apostólicas y cientos de mensajes, cartas y discursos a la humanidad. Entrañables fueron sus cartas a los niños, a las mujeres y a las familias, solo por citar algunas.

A esto hay que sumarle –entre otras innovaciones–, el Código de Derecho Canónico vigente, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, así como el Catecismo de la Iglesia Católica y las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), de las cuales es su indiscutible patrono. 

JPII

Un hombre de diálogo

Con esa autoridad bien ganada pudo hablar, alzar la voz y reclamar en casi todos los idiomas conocidos por las diversas culturas. Tuvo un liderazgo de servicio, que le permitía retomar la senda del diálogo e invocar la tolerancia hacia las minorías étnicas o religiosas. A él no lo han elevado a los altares solo en tanto papa, sino principalmente, en cuanto fue un hombre valiente, sacrificado y tenaz al proponer la fe en la que creía.

Para alcanzar aquello, varios testigos aseguran que san Juan Pablo II rezaba día y noche, una costumbre de la que no se alejó nunca, ya que mientras estaba más enfermo, ¡más se arrodillaba!

Siempre habló a la mente y al corazón, sin medias tintas. Para eso aprendió lenguas difíciles y lejanas, a fin de comunicarse mejor en sus viajes al África, Asia, Oceanía o a América Latina. Justamente este último lugar, al que él mismo llamó el “Continente de la Esperanza”, sintió su cercanía y presencia en las asambleas del Celam de Puebla (1979) y Santo Domingo (1992), que luego devinieron en importantes documentos orientadores.

Hoy se puede constatar que todo lo que aportó a su tiempo, lo hizo sin violentar ninguna cultura, ni credo ni menos aún a alguna raza. Lo obtuvo de manera intuitiva, como quien sabe dejar la huella de Dios en todo ser y cultura que se abre al creador, y que acepta purificarse por medio de un evangelio que libera y reconcilia a la vez.

Todo esto se cristalizó en sus cientos de viajes, mediante los cuales dejó para la posteridad mensajes, imágenes, cantos en su honor, estadios y plazas perennizadas, universidades y seminarios. Junto a ello, el mundo lo seguirá recordando como aquel que pidió perdón por los excesos de la Iglesia y reinvindicó a Galileo. Entretanto, abría un espacio fresco al magisterio medioambiental, lo que abonó de modo favorable para que los esfuerzos del papa Francisco dieran la certeza de la continuidad.

Las reliquias del santo se veneran hoy en un altar lateral de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Allí lo visitan diariamente cientos de fieles, para encontrarse con su “papa amigo”.