De un tiempo a esta parte, la vivencia social de los hijos de esta bendita tierra puertorriqueña está plagada de desgracias. El impacto de las crisis no nos dejan casi ni respirar. La lista es larga. La deuda y la quiebra del Gobierno, la epidemia estacionaria de corrupción y el descaro necio de muchos jefes políticos. A esos problemas con la gestión pública se suma la voracidad de unos seres humanos y sus compinches que insisten en que el problema económico se debe a que los pobres ganan demasiado y los ricos, muy poco.
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Esas cuentas económicas y sociales descuadradas han cobrado con creces sobre las espaldas de un pueblo empobrecido. Los huracanes fueron desastres naturales, pero su daño se multiplicó por un gobierno incapaz de proteger a la gente, un sistema destartalado de energía eléctrica que todavía no se ha recuperado del todo, así como las desgracias también fabricadas en la salud pública y la educación.
Lo mismo podemos decir de los temblores de tierra y ahora con la pandemia. En todos se puede ver cómo la irresponsabilidad y el deterioro de la estructura política y social tiene el efecto triste de magnificar el dolor de la gente. ¿A dónde se fue el progreso de Puerto Rico? ¿En dónde fue que guardamos la vergüenza social que ahora, que tanta falta hace, es tan difícil de encontrar?
La negación
Ni siquiera cuadra la cuenta grotesca del descaro de los jefes del Estado, que metieron preso al coordinador de Comedores Sociales, Giovanni Roberto, por la alegación de que violaba la orden de distanciamiento y toque de queda con la protesta pidiendo “comida para los pobres”. Sin embargo, un par de semanas después, no les importó un pito las dichosas órdenes ejecutivas. Hicieron una rueda de prensa para firmar la ley del plebiscito en el Departamento de Estado, que llenaron de invitados apiñados. Al otro día hicieron una fiesta política de directorio para una inauguración, también apiñados, de manera que pudieran salir en las fotografías de la prensa. Pareciera que creen que son tan importantes que el mundo se cae si ellos están un par de días sin salir en los medios de comunicación.
Pero si una característica tiene la historia de los seres humanos es que no se detiene. Sin importar si estamos preparados o no, la llegada del futuro, del día menos pensado o del porvenir, se nos aparece sin pedir permiso.
Ahora resulta que todas esas experiencias difíciles que nos tocó vivir parecen un mero anticipo de la cita con la historia que han convocado para que votemos si queremos que Puerto Rico pase a ser un estado de Estados Unidos. Los convocantes están tan seguros de que ganará el ‘sí’, que la ley no dice que ocurrirá si el triunfo es del ‘no’. ¿En serio?
Algunos están en lo que los sicólogos llaman negación. Prefieren negar que las cosas estén pasando. Es una forma de pensar. Hay otra. Podemos agarrarnos de la esperanza parafraseando la Carta del apóstol San Pedro en que, si hay que sufrir, mejor haciendo el bien, que en el camino del mal.