Tribuna

Abrazos nuevos ante el confinamiento, por Pilar Arroyo

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María Rafols Bruna –fundadora de las Hermanas de la Caridad de Sta. Ana–. Un nombre, una identidad. Una mujer. Riesgo y audacia. En lo pequeño, lo cotidiano, lo sencillo. Villa de Vallecas. Un bloque de viviendas, vecinos, sencilla gente, buena gente.



Aquí nos situamos. En un Carisma: la caridad hecha hospitalidad. En un barrio de Madrid lleno de leyendas e historias, de luchas y victorias. De sueños rotos y esperanzas abiertas. En un segundo piso –sin ascensor– donde subir y bajar escaleras se convierte en ejercicio de fraternidad, de solidaridad. Cruces de miradas. Palabras y silencios compartidos. Manos extendidas y llantos contenidos. Tres mujeres consagradas, Comunidad de Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Tres jóvenes madres y tres niños. Tres religiones: musulmana, católica y evangélica.

Nos preguntan “¿cómo ser esperanza en tiempos de confinamiento?”. Viviendo, me digo rápidamente. Sí, viviendo. Vivir sin dejar enfermar, sin poner en cuarentena lo que siempre es esencial: el amor entrañable que se te regala. Vivir poniendo delante el Rostro y los rostros que te han traído hasta aquí y hasta ahora. Vivir haciéndote consciente del don de la vida, dejando pasear por tu vida y por tu casa, sin máscara ni mascarilla a Quien nos regala la Vida.

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Al iniciarse este tiempo de locura propio para locuras y sensateces evangélicas, las Hermanas nos preguntamos: ¿desde lo que somos, desde lo que estamos llamadas a ser, qué podemos hacer? La respuesta fue fácil: estar y hacer saber que estamos. Nos distribuimos los cinco pisos del edificio con sus respectivas viviendas.

Cada una, fuimos, con prudencia (la palabra mágica del momento) llamando a cada puerta, haciendo saber que estamos y oramos. En el portal al lado de los miles de avisos para la prevención y protección, pusimos el nuestro: “Quédate en casa. Dios en cada casa. En esta casa 2º A se reza por ti”.

De puertas para adentro nos tocaba hacer experiencia del cariño y cuidado de Dios. Experiencia de ida y vuelta. Das y recibes. Recibes y das. Y en esa corriente del Espíritu el abrazo prohibido rompe en mil lenguajes.

La pandemia ha roto sueños y proyectos. El curso de formación para el empleo se ha suspendido, año y posibilidad perdida. El contrato de trabajo no ha sido posible, falta la legalidad de un papel que no da la ventanilla cerrada. El trabajo estable te ha mandado a un ERTE y no sabes cuándo cobrarás.

Todo es posible

En medio de esta invitación a la desolación se hace fiesta un domingo con una jugada al dado, una partida al lince, un taller de maquillaje, un acto de fe al dejar que te corten el pelo porque lo importante son sus manos y mentes activas. Y como cántico a la esperanza, la celebración de los primeros cumpleaños de los niños como si la vida no se hubiera detenido, ni dañado los proyectos. Porque la sonrisa de un niño, su primer paso o balbuceo, el abrazo y la lágrima de una madre, susurran: todo es posible.

La escucha y la mediación con cada una de ellas, y entre ellas. La reconciliación en momentos de tensión. El reniego cual abuela que les hace sentir en familia. El abrazo en momentos de quiebra. La valoración de una pequeña victoria. El correr juntas con zapatillas de deporte en la franja horaria. Compartir y acoger historias familiares. Todo cuidado y cariño. El de Dios recibido y a ellas entregado. El de Dios recibido, en ellas, nuevo y renovado.

Tiempos de vivir, como María Rafols, la audacia de un abrazo nuevo “con el mayor cuidado, con el mayor cariño, con todo amor”.

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