Tribuna

Expertos en humanidad y fraternidad, por Celia Macho

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Estaba en Zaragoza visitando una de las comunidades cuando se sentía en el aire la gravedad de este coronavirus y el estado de alarma estaba al caer, así que me apresure a llegar a Madrid, donde resido. En un primer momento nos hemos visto confinadas como el resto del mundo y, por lo tanto, con tantos planes a realizar suspendidos. La sensación era como de estar viviendo algo irreal: calles vacías, se suspenden acontecimientos, incluso el fútbol,  y un silencio que lo envuelve todo y se deja “oír” y desde ahí sana y acalla tantas inquietudes.



Las noticias se hacen paso para seguir que está ocurriendo a nuestro alrededor, y en el mundo, y nos sobrecogemos por las dimensiones que está tomando esta situación de contagios, muertes, sufrimiento, dolor y más dolor por la soledad de tantos.

A lo improvisto a nivel congregacional nos sobrecoge la noticia de que en una de nuestras comunidades de hermanas mayores en Bérgamo, Italia, del 8 al 17 de marzo mueren siete hermanas, más tarde dos más se irán a la casa del Padre y ello nos deja abrumadas. San Daniel Comboni, con su vida, nos enseñó a “hacer causa común” y es que así ha sido y es nuestra vida desde siempre como misioneras Combonianas.

Todas estas hermanas han donado toda una vida en la evangelización, bien en la escuela, bien en los hospitales o promoción de la mujer, haciendo “causa común” en tantos acontecimientos difíciles en los países donde han vivido y ahora en el atardecer de sus vidas hacen también “causa común” con tantos que pierden la vida a causa de este coronavirus.

mujeres rezando, coronavirus

Pero la vida es mucho más fuerte que la muerte y, no obstante, confinadas hacemos una cadena de adoración casi ininterrumpida atravesando muros y fronteras y países, y soñando para que otros sueñen. Convencidas de que la oración es nuestra fuerza para que otros puedan liberar angustias, nuestra actividad se concentra en esta suplica continuada al Señor de la historia pidiendo protección, ayuda, sanación, y consuelo.

Así vivimos una cuaresma insólita y aún más insólita la Semana Santa vivida desde nuestras comunidades hechas “iglesias, con una devoción increíble, sabiéndonos unidas no obstante en países y continentes diversos, asistiendo a las celebraciones del papa Francisco en la televisión con una solemnidad y austeridad inimaginables.

Tocar la vulnerabilidad

Sí, Cristo ha vencido la muerte y esto lo cambia todo. Creo que después de esta experiencia de la pandemia del Covid-19 no podemos ser las mismas. Creo haber tocado con la mano la vulnerabilidad y fragilidad del ser humano, la muerte nos ha rondado de manera inexplicable y ello me dice del valor de la vida, que es auténtico don, y siento que el Señor Jesús nos mantiene “en pie” en esta situación de emergencia humanitaria, porque desea enviarnos una vez más a nuestros hermanos y hermanas en las periferias.

Cristo vive y nos marca con tantos signos de esperanza alrededor: la solidaridad, que se multiplica por doquier tratando de asistir y paliar tanto sufrimiento, desde los sanitarios que se entregan en cuerpo y alma, a tantas otras personas que trabajan desde el silencio para que no nos falte lo indispensable y hacer más llevadero este tiempo.

Esta experiencia nos ayuda a confiar más en Dios, a vivir nuestra vida en el hoy con los pequeños detalles que la hace única, pues el futuro no nos pertenece y vamos a salir siendo expertos en humanidad y fraternidad, porque, como Jesús, nosotras decidimos vivir para que muchos tengan vida.

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