La archiconocida expresión de Jesús sobre cómo responder a quien te abofetea –“pon la otra mejilla” (Lc 6, 29)– tiene en el Evangelio un contrapunto mucho menos conocido. Se trata del momento en el que –efectivamente– el Maestro fue abofeteado, en el transcurso del injusto proceso al que fue sometido. Lo sorprendente quizá para algunos es que el Señor en ese momento no giró el rostro para recibir un segundo golpe –poniendo supuestamente en práctica su propia enseñanza–, sino que respondió al agresor con una frase directa e incisiva: “Si he hablado mal, dime en qué; y si no, ¿por qué me pegas?” (Jn 18, 23).
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De esta manera respondía “con otra mejilla”, con otro rostro, con otra cara: no contraponía más violencia a la injusta violencia sufrida, sino que ofrecía justicia, verdad y caridad. Confrontaba con firmeza a su interlocutor para darle la oportunidad de caer en la cuenta de su acción, de considerarla, tal vez de arrepentirse y de poder cambiar. Se trata, sin duda, de un modo elevado de amar al prójimo, que en este caso se había manifestado como enemigo, y de anticiparse a la expresión del apóstol Pablo venciendo al mal a fuerza de bien (Rom 12, 21).
La situación presente reclama de la Iglesia, de todos los bautizados, este arte que nos mostró el Nazareno: la denuncia del mal –sin dejarse llevar por el mal– para que pueda darse un bien. El actual Gobierno de España ha mostrado –desde su configuración y, especialmente, en la gestión de la crisis del COVID-19– actitudes perniciosas para el bien común, y no señalarlas podría caer –en mi opinión– en la omisión del deber cristiano. Me arriesgaré a concretar.
No hay nada que mine más la buena convivencia, la amistad social, que la desconfianza. Y no hay nada que fomente más la desconfianza que faltar a la palabra dada, a la promesa realizada. Es inadmisible que un gobernante afirme rotundamente su propósito de pactar –o no hacerlo– con una formación y después haga lo contrario, sin pestañear. Esto se llama engañar, y es un hecho nefasto para un sistema como el nuestro que es representativo. Te di mi voto para hacer lo que dijiste… y mentiste. Se rompió la confianza.
Es inmoral descargar en el otro la responsabilidad de una decisión libremente tomada por uno. Se llama “moral de situación” o, en expresión más llana, “el fin justifica los medios”, y sabemos que no es conforme a la recta razón. El Gobierno ha caído en esta inmoralidad en varias ocasiones en estos meses.
Es dañino llevar adelante un cambio de ley en una materia tan sensible como la educación en medio de un estado de alarma, sin posibilidad de establecer un diálogo real y sincero con los distintos agentes en liza, a partir de fundamentos contrarios al derecho originario de los padres a elegir la enseñanza de sus hijos, cercenando la iniciativa social, acabando con la escuela especial…
Es tremendo lo acontecido recientemente en el seno de la Guardia Civil en relación con varios de sus altos cargos. Cesar y provocar la dimisión de varios miembros en un momento tan delicado para la paz y seguridad de todos es escandaloso. Que el responsable penúltimo de estos hechos se manifieste como si se tratara de un proceso normal de cambio traspasa ampliamente la línea del cinismo.