Medio millón de personas viven en Japón retiradas de todo contacto social y, a menudo, no abandonan su hogar en años. Se les conoce como ‘hikikomori‘, un término acuñado por el psicólogo Tamaki Saito en su libro ‘Aislamiento social: una interminable adolescencia’. Este fenómeno se ha extendido por el mundo, si bien tiene una mayor presencia en Asia. Una encuesta señalaba que el 1,57% de la población japonesa participaba de esta condición. En Corea del Sur, un análisis estimaba que había 33.000 adolescentes socialmente aislados (el 0,3% de los habitantes) y en Hong Kong, el 1,9%.
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Artículo completo solo para suscriptores
- Consulta la revista gratis durante la cuarentena: haz click aquí
- Toda la actualidad de la Iglesia sobre el coronavirus, al detalle
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Precisamente, desde esta parte del mundo llegaba de forma inesperada el COVID-19. Millones de personas eran confinadas en sus hogares, mientras muchos de sus familiares morían en soledad. Entretanto, con un riesgo alto de ser contagiados, médicos, enfermeros, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas, etc. mantenían su actividad porque sabían de la importancia de su labor para el funcionamiento básico de la sociedad.
Cada día, a las ocho de la tarde, miles de personas salían a sus terrazas y ventanas para brindarles su agradecimiento en forma de aplauso. Ocasión que era aprovechada para entablar un diálogo con una persona física, más allá de la pantalla del smartphone. Un rostro con el que habían coincidido muchas veces a la puerta del ascensor, pero del que desconocían su nombre.
Parece que la cuarentena forzada había roto nuestro aislamiento natural. Siguiendo la analogía podríamos decir que el hecho de convertirnos en ‘hikikomoris’ obligados fue el arma para destruir nuestro ‘hikikomori’ innato. Ahora cabe que nos preguntemos cómo será la sociedad post-covid. ¿Estamos dispuestos a hacer como si nada hubiera ocurrido? ¿Vamos a pararnos a reflexionar y extraer una lección de la que podamos aprender nosotros y las futuras generaciones?
Hemos sido capaces de ver más allá de la oscuridad de la caverna platónica. Al liberarnos de nuestras cadenas, ahora nos toca moldear un nuevo mundo. Ello supone un gran esfuerzo, para el que sí estamos preparados. La solidaridad demostrada durante estos días así lo ha puesto de manifiesto. Sin embargo, la pregunta ahora es: ¿de verdad queremos?
El proceso de metamorfosis siempre exige adaptarnos a la nueva realidad y en este caso pasa por cambiar de prioridades. Es urgente que tomemos conciencia de los vínculos que nos unen en la gran familia humana para reparar las injusticias que minan de raíz la salud de todos los hombres.
Es hora de salir de nuestras casas y afrontar con realismo los retos que se nos plantean. Quizá muchos prefieren seguir viviendo ajenos a estos nuevos planteamientos, convirtiéndose en una especie de “hikikomori 2.0”, manteniendo un contacto con el exterior únicamente a través de las redes, nostálgicos con el tiempo que ya estamos dejando atrás o temerosos ante los nuevos y difíciles retos.