Entre el 13 de mayo de 2005, cuando Benedicto XVI lo nombró obispo de Rioacha, y el pasado 4 de junio, cuando se posesionó el nuevo obispo diocesano, transcurrieron 15 años de servicio y entrega de Héctor Salah Zuleta en La Guajira, una de las regiones más olvidadas de Colombia.
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Balance de su servicio pastoral
“En una playa caribe –como lo dije el día de mi posesión aquí– nació mi vocación sacerdotal; en estas hermosas playas guajiras, termina mi servicio episcopal“, dijo en sus ‘palabras finales’, compartidas a través de un video de despedida.
Quienes lo conocen, saben que Salah Zuleta “es un pastor sin pretensiones de grandeza, que sabe mezclarse con su gente, establecer diálogos sencillos y pronunciar reflexiones cargadas de belleza y profundidad”, como me compartió recientemente una religiosa, quien ha preferido no ser nombrada en este escrito, y a quien llamaremos Juana.
En sus palabras finales dejó ver su corazón de pastor. Al hacer un balance de su recorrido dijo que “solamente dos sentimientos me acompañan: gratitud y súplica de perdón“. Sobre el primero, exaltó que “aquí recibí de ustedes testimonios que me edificaron y animaron siempre”. Con relación al segundo admitió con humildad que “seguramente me equivoqué, defraudé y alejé a algunos”, añadiendo que “aunque esto hubiera sucedido por mi fragilidad, y no por mis intenciones, pido perdón”.
Enseguida recitó el pasaje de los ‘siervos inútiles’ del Evangelio de Lucas, para desmarcarse de cualquier logro a título personal. “No hay méritos, solamente las gracias que ofrece Dios, aunque nosotros podamos desecharlas o derrocharlas”, ha señalado, sin dejar de agradecer, con nombre propio, a quienes han liderado, en los últimos años, la acción misionera de la diócesis.
Opción nítida por Jesús
Juana da fe de que “su opción por Jesús es nítida”, pues “le cambio la vida, recondujo sus caminos, y por eso ahora, después de cuarenta y ocho años de sacerdocio, sigue privilegiando la oración por encima de muchas cosas“. A sus 77 años “madruga a ese cara a cara, que lo configura y le da sentido a su vida”.
Salah Zuleta nació en Bogotá. Se graduó como arquitecto de la Universidad de los Andes antes de ingresar al seminario de Cristo Sacerdote, en La Ceja (Antioquia), del que posteriormente sería su rector –entre 1985 y 1993–. Aunque ha ejercido funciones administrativas en distintas etapas de su vida, como cuando fue nombrado director del Departamentos de Pastoral para los Ministerios Jerárquicos en la Conferencia Episcopal de Colombia, en 1996, su vocación sacerdotal, de párroco al servicio de la comunidad, ha prevalecido y ha definido su manera de ser pastor desde su ordenación episcopal en 1998.
“Lo suyo ha sido delinear la Iglesia en la que cree, una comunidad eclesial, en la cual los laicos han tenido un significativo protagonismo”, comenta Juana, quien también cree que para Salah “la educación católica ha sido la plataforma para evangelizar y humanizar, y los más pobres los depositarios de sus desvelos”.
Por las rancherías
Así lo conocieron en La Guajira, en estos 15 años de pastoreo ‘con olor a oveja’, con su “figura quijotesca, alto y delgado”, como refiere Juana, donde supo “abrirse camino por las rancherías y las distintas poblaciones de ese extenso territorio, en el que tiempo, paciencia y mucho amor, es lo que se necesita para llegar de un lugar a otro“.
Y se ganó el cariño de la gente. Salah sorprende por su sencillez y su capacidad de ‘abajarse’ para escuchar. Además, “todo lo contagia de buen humor y de una alegría natural que transmite en la medida que hila las palabras con exquisita elocuencia”.
Una voz que grita en el desierto
Pero sin duda, uno de sus rasgos más sobresaliente ha sido la profecía. “Su actitud profética ha sido clave durante estos años para denunciar la corrupción y el despilfarro de los recursos que, destinados al bien común, se quedan muchas veces en manos de unos pocos”, asegura la religiosa. Como la de Juan el Bautista, la suya es una voz que clama justicia y equidad en el desierto.
Sus denuncias han ayudado a visibilizar esa Colombia profunda y olvidada que se debate entre la pobreza, el hambre y el desamparo, a lo que se suma el drama migratorio de la población venezolana.
Ahora, con la pandemia del Covid-19, Salah está convencido de que “ni la ciencia, ni la técnica, ni la inteligencia artificial, ni los algoritmos, ni la cuarta revolución industrial, ni la robótica fueron suficientes” para responder a esta crisis sin precedentes. En este sentido, invita a asumir cuatro realidades que darán forma al nuevo modo de vida que nos espera: fragilidad, igualdad, solidaridad y esperanza.
Como pastor y hermano de camino, esa ha sido su última lección. Su testimonio perdurará aunque concluya su misión como obispo de Rioacha. Así lo considera también la hermana Juana: “la biblioteca virtual Héctor Salah, anclada en el corazón de esta ciudad, servirá de memoria para recordar el paso de este buen pastor, para el que solo es posible un sincero agradecimiento”.