José Hernández (Barcelona, 1944) jamás lo tuvo fácil, pero consiguió lo que muy pocos: que su nombre se asociara al triunfo en un momento, los años 60 y 70 en la España franquista, en el que el blanco y negro iba más allá de la televisión. Nacido sordo y criado en un barrio obrero de Santa Coloma de Gramenet, rompió todas las barreras y se convirtió en una gran figura del boxeo de la época, siendo varias veces campeón de España y Europa de superwélter, llegando a disputar la gran final por el entorchado mundial, aunque su combate ante Carmelo Bossi, disputado en 1971 en el Palacio de los Deportes de Madrid, acabó declarándose nulo.
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Pere Ferreres, periodista de TVE y autor de varios libros sobre deportes, ha recuperado su historia en su última obra, ‘Los años mudos’ (Editorial Pábilo), donde el escritor refleja la dureza de una época a través de la figura de un héroe silencioso. Y no solo porque fuera sordo.
El abrazo de Kubala
PREGUNTA.- La primera pasión de José Hernández era el fútbol. Era un extraordinario portero y Ladislao Kubala le veía como el mejor guardameta para marcar una época defendiendo los palos del Barcelona… Cuando ya solo le quedaba debutar con el primer equipo en partido oficial, la Federación le transmitió que no podía ser profesional por su enfermedad, al no poder escuchar el silbato del árbitro. ¿Hasta qué punto le marcó no poder cumplir su sueño? ¿Cómo recordaría siempre ese abrazo con Kubala tras comunicárselo?
R.- Dentro de toda tragedia, la vida se abre paso siempre. El abrazo de Kubala le permitía sobrevivir. Kubala era el director de la Escuela de Futbolistas del Barça y fue quien tuvo que comunicarle a José Hernández que no podía dar el salto al primer equipo al no permitir la Federación que los sordos jugaran profesionalmente. Ese día, los dos se fundieron en un abrazo y se pusieron a llorar.
A José Hernández le atormentaba no poder formar parte de algo que amaba profundamente: el fútbol. Kubala le veía como un compinche de sueños, un paria de la gloria como él, que venía de una pobreza impresionante y había sido boxeador amateur en su primera juventud, en Hungría.
P.- Con todo, se repuso y se dedicó con pasión al boxeo, compaginando los entrenamientos con su duro trabajo en un taller de Poble Nou… Debutó con 17 años y, entre 1964 y 1984, fue toda una leyenda. Pero, como le ocurrió a muchos boxeadores, acabó arruinado y retirándose en medio del silencio generalizado. ¿Cómo encajó este otro duro golpe?
R.- La de José Hernández es una historia emblemática de redención social. Aprendió a palos. Era boxeador y le daban, aunque los palos de la vida le dolieron mucho más que los del ring. Las trampas que le tendió la vida nunca modificaron, sin embargo, su seguridad y convicción de lo que quería.
Una vida en el anonimato
P.- Actualmente, José Hernández no quiere saber absolutamente nada del mundo del deporte y prefiere mantenerse en el anonimato. ¿Cómo es su día a día en un pequeño pueblo de Murcia, donde, a sus 75 años, la Biblia es algo muy presente en su vida?
R.- José Hernández siempre buscó el buen camino, crucial para ir por la vida. Hace unos años decidió trasladarse a Murcia, de donde era su abuela. Se quedó viudo y conoció a una chica muy agradable, con quien se casó en 2003. No se relaciona con casi nadie. Es un superviviente de sí mismo. Es una persona que se ganó la vida en silencio. Ahora, enseña la Biblia a personas sordas en lengua de signos. Aunque la edad nos suele reconciliar con el pasado, el boxeo es para José Hernández un espacio vacío en el alma. El boxeo pasó, pero todo lo demás permanece dentro.
P.- ¿Tiene algo que ver con ese apoyo en la Biblia el que en su infancia, cuando su madre debía mantener sola a sus hermanos y a él, que fueran unas monjas que le acompañaban las que le enseñaran a él a leer?
R.- Las personas fuertes batallan en silencio hasta el final. No hay rencor en el corazón de José Hernández. Llegó a un mundo injusto y se prepara para irse de un mundo que no es justo. Lo educaron en la Casa de la Caridad de Barcelona, un centro de beneficencia encargado de niños vulnerables. Una de las monjas de la Casa de la Caridad le contaba que veía a Cristo en cada persona que sufría. José Hernández nunca olvidó a esa monja. Las monjas le enseñaron a leer los labios y así consiguió hablar. Y, además, tenía buena relación con los religiosos salesianos que cuidaban los talleres de la Casa de la Caridad. Los internos jugaban a fútbol con ellos. El esfuerzo que hizo en la Casa de la Caridad le serviría para siempre.
Una persona de fe
P.- ¿Diría que José Hernández es un hombre de fe?
R.- A su manera, sin duda.
P.- ¿Qué ha supuesto para usted abordar la historia de alguien a quien ha podido conocer de cerca (es de Santa Coloma), en los buenos y en los malos momentos, y cuyo testimonio es un bonito ejemplo de superación ante la adversidad?
R.- Quería encontrar el equilibrio entre el sentimiento y los datos. La dificultad más grande de este libro es la extrema densidad del material que contempla. Trabajé muchísimo, acabas cansado. José Hernández es un personaje que admiraba y tenía grabado en la memoria desde que lo conocí personalmente, cuando yo tenía 15 años y me iniciaba en el periodismo.
‘Los años mudos’ es una narración que no deja de ser un espejo en el que muchos lectores se pueden ver reflejados. Los golpes de José Hernández hablaban. Era imposible no entenderlos como un mensaje. Quise escribir esta historia para conservar su memoria y mostrarla a las nuevas generaciones. Y estoy profundamente agradecido a Joaquín Cabanillas y a la Editorial Pábilo, de Huelva, por creer en este proyecto. Faulkner decía: “El pasado todavía está pasando”. Es importante no olvidar para no dejar de crecer.