El prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos cumple hoy 75 años. Y lo hace bajo dos sombras, sin poder dilucidar a ciencia cierta cual de ellas es la más alargada, si la de su jubilación o la de su candidatura a papable.
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Desde que el pasado noviembre cumpliera los cinco años preceptivos para estar al frente de su ministerio vaticano, no hay noticia de si el cardenal de Guinea Conakri ha sido renovado en su puesto para otros cuatro años más o, si por el contrario, Francisco le mantienen en su puesto de manera provisional mientras busca otro sustituto. No son pocos los que le han pedido al Papa que cese al que identifican como uno de los principales opositores a su gestión dentro de la Curia. Máxime tras la polémica generada en enero a costa de un libro publicado a cuatro manos con el Papa emérito, Benedicto XVI, que generó un revuelo más que mediático porque se interpretó como un ejercicio de presión para frenar una posible apertura del sacerdocio a los hombres casados. Tanto es así que salpicó directamente al secretario personal de Ratzinger, Georg Gänswein, que ejercicio de intermediario del manual y desde entonces disfruta de unas ‘vacaciones indefinidas’ en algunas de sus tareas pontificiaas.
El cruce de comunicados, matices y desmentidos le llevaba a estar en boca de todos y a adquirir una notoriedad a golpe de declaraciones propias que poco tienen que ver con la llamada constante al silencio que realiza en sus manuales sobre la vocación sacerdotal. A la par, la opinión pública le coronaba al frente de los clérigos que visibilizan la resistencia: el ex prefecto Gerhard Ludwig Müller, Raymond Leo Burke y el ex nuncio Carlo Maria Viganò.
Correcciones vaticanas
Se trataba de la penúltima polémica protagonizada por el que fuera también presidente del Pontificio Consejo ‘Cor Unum’, hoy convertido en Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral tras una profunda renovación. Como ‘ministro’ vaticano de la liturgia ha dejado tras de sí algunas propuestas preconciliares, como su empeño en recuperar las misas de espaldas al pueblo, así como ejercer una tutela con mano de hierro al negarse a que las Conferencias Episcopales sean las responsables de las traducciones de los textos litúrgicos. Ambas cuestiones exigieron que la Santa Sede le corrigiera -algo más que un matiz- públicamente.
Por todo esto, podría pensarse que este cumpleaños podría ser la pista de despegue para su jubilación vaticana, en tanto que es la edad marcada para que los obispos escriban su carta de renuncia. Sin embargo, el Papa, a discreción, puede decidir extender su mandato siguiendo a pies juntillas la constitución apostólica Pastor Bonus, de Juan Pablo II. “Se ruega a los cardenales dirigentes que, al cumplir los setenta y cinco años de edad, presenten su renuncia al Romano Pontífice, quien, bien pensada la cosa, proveerá”. No sería ni el primero ni el último en prorrogar su estancia en su despacho hasta los 80. Y más.
Aspirante ‘periférico’
“Bien pensada la cosa”. Ésa es la apostilla. La pelota se encuentra en el tejado de un Pontífice que es consciente de lo que supondría enseñar la puerta de salida al purpurado africano. Entre otras cosas, porque a medida que el discurso de Sarah se ha endurecido cuestionando la apertura eclesial del Papa argentino, se le ha encumbrado como el ‘papable’ de los sectores más conservadores de la Iglesia. El hecho de ser africano, y por tanto periférico, jugaría en un futurible cónclave en tanto que podría -con permiso del Espíritu Santo-, aglutinar no solo los votos ideológicos, sino también de los purpurados del continente negro, así como el de otras Iglesias periféricas que verían en él un candidato del extrarradio, pero que, sin embargo, guarda la ortodoxia y el centralismo romano como pocos.
“Es estúpido decir que estoy contra el Papa”. Cada vez que al cardenal Robert Sarah se le identifica con la oposición a Francisco reacciona con esta contundencia. La misma con la que en una misma alocución puede cuestionar algunas de las columnas vertebrales de su pontificado. Sucedió el pasado mes de noviembre en Madrid. Durante la presentación de uno de sus libros, defendía “la unidad de la comunidad apostólica con Pedro en el centro”: “Intento ser leal al Santo Padre, sostenerlo en su ministerio de reforzar la fe al servicio del pueblo de Dios, que es su función esencial”. A la vez, se justificada diciendo que “esta unidad no se puede formar sin sufrimiento”.
En esa misma escapada a Madrid ponía en cuestión una de las líneas maestras de la propuesta pastoral de Francisco: la misericordia. “Es más necesario que la Iglesia trabaje contracorriente que centrarse en la misericordia”, aseguraba en un acto en el que se vio respaldado por los cardenales Antonio María Rouco Varela y Antonio Cañizares.
La decisión de Bergoglio
Durante la emergencia sanitaria del coronavirus, tampoco ha rebajado el tono de sus intervenciones, atacando a los obispos alemanes por dejarse llevar por “protestantismo” y cuestionando las misas en ‘streaming’ por considerarlas espectáculo.
Así pues, Francisco se mueve entre prorrogar su mandato a pesar de los ataques velados o cesarle en su cargo bajo el más que justificado argumento de la edad, lo que, sin embargo, permitiría darle alas para reforzar su perfil de garante de la ortodoxia y alternativa a llevar el timón de la barca de Pedro hacia otros puertos.