Las comunidades religiosas son ahora más reducidas, han sufrido la pérdida de muchas hermanas. La mayoría son abuelas, pero no tienen descendencia. La hermana de mi abuela es Agustina, una más de la comunidad de hermanas de Jesús Nazareno de Córdoba. Ella ha estado en varios países y, en todos ellos, su labor social la ha convertido en quien es ahora, una hermana que ve a sus compañeras como ángeles y que hoy cumple 99 años.
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La llama que lleva dentro
Viajemos unos cuantos años atrás y volemos a aquellos días en 1928, cuando Agustina tenía 7 años y ya se había convertido en hermanita, amiguita y preguntona. Un tanto traviesa pero tan curiosa que encontró muy pronto su vocación. Las monjas de distintas congregaciones pasaban a pedir limosna y a visitar a los enfermos de su aldea, Moriles de Córdoba. Es este lugar, la pequeña se dedicó a preguntarles: ¿dónde trabajan ustedes? La respuesta de las monjas: en un hospital. Y oyendo esas palabras la niña sintió un pálpito.
El 23 de diciembre de 1934 fue su primer día en la Casa Madre de la congregación. Ella ya tenía 13 años y empezó entonces en el colegio de formación, justo cuando Córdoba era una fiesta, panderetas y luces de Navidad envolviendo la estampa. A pesar de estar lejos de sus padres, estaba más cerca del Padre que la acogería hasta hoy. Las primeras tareas en la casa fueron cuidar a los niños de las madres obreras y las ancianas que necesitaban compañía. Para cuando estalló la Guerra Civil, el Hospital Jesús Nazareno se convirtió en el refugio de todos los niños y niñas. El 18 de julio, la Casa Madre abrió la puerta a todas las personas que necesitaban refugiarse, y el 25 de julio la hermana se puso el hábito oficialmente.
Pensamientos, hechos y recuerdos
En una de mis visitas a la Casa Madre, cuando llegué de Barcelona para conocerla en abril de 2018, me dijo convencida: “La juventud busca la juventud. Y yo como soy joven también la busco”. Una vida casi eterna a mis ojos, que no pueden imaginar los largos días que han sido cuidando enfermos. El deseo que ella tenga este año es para nosotros un misterio, pero el mío es que sus acciones más sobresalientes impacten en las generaciones futuras. Han sido 80 años de vocación cuidando a quien fuera, aliñando la compañía con sentido del humor. La fe y la entrega es la medicina que alarga su vida y la de quienes le rodean.
Una maestra
Agustina siempre ha leído, y lo sigue haciendo sentada o tumbada en la cama de su habitación de la casa con el Evangelio de bolsillo. Habiendo sobrevivido a las persecuciones en la República, la fiebre amarilla y ahora la pandemia del Covid-19, nunca le ha faltado la oración y la palabra de Dios. En ella está la expresión divina, con arte andaluz.
Debido a que la vida es un misterio, cumplir años es un regalo en sí mismo. La forma de cumplirlos es personal, y Agustina, mientras siga cumpliéndolos, seguirá influyendo a jóvenes y adultos con mensajes para nuestra vida espiritual.
Hace unos meses, me sorprendió con estas palabras: “Cada vez veo más y oigo menos. Hoy tengo unos dolores aquí, pero bueno… ¿Ya nos vamos, Jesús? Como tú quieras. Yo estoy dispuesta, la maleta ya la tengo arreglada, Señor. No llevo nada. El cuarto lo tengo lleno de libros y ya está. Tengo una paz tan grande que quiero transmitirla”.
Con todo mi cariño, ¡felicidades Agustina! Sigue creciendo mirando hacia la luz como los girasoles, como hacéis todas las religiosas.