Doble nueva normalidad para Carlos Martínez Oliveras. Por el fin del estado de alarma y porque los plazos marcan que termine como director del Instituto Teológico de Vida Religiosa (ITVR). Lo hace cuando el centro está a las puertas de celebrar sus bodas de oro. Y con la espinita de que la emergencia sanitaria tumbara la Semana Nacional de Vida Consagrada en la que se iba a estrenar el nuncio Auza, además de participar la presidenta de la UISG, los cardenales Cristóbal López y Miguel Ángel Ayuso…
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P.- Fin de la desescalada. Echemos la vista atrás a estos tres meses…
R.- Algún día tendremos que verlo en perspectiva como algo histórico. Recuerdo cómo me impactó la oración extraordinaria del Papa el 27 de marzo. Fruto de ello, me brotó una reflexión: ‘¿Cuántos respiradores tiene el Papa?’. En todo este tiempo, hemos mantenido la actividad académica gracias a las videoconferencias y he estado muy cerca de mi padre que, con casi 90 años, vive solo. Su cuidado es una prioridad para mí.
P.- ¿Hemos aprendido algo de todo esto?
R.- Ha sido un tiempo duro. Han fallecido algunas personas conocidas (algún hermano de congregación, el padre de un amigo, algún familiar del personal del Instituto…). Ha sido tiempo para la oración y el recuerdo en la eucaristía. Recluidos en el confinamiento hemos aprendido mejor lo que significa ser comunidad, conscientes de que estamos los unos en las manos de los otros. La interdependencia y la solidaridad se nos han hecho más presentes e imprescindibles que nunca. Hemos aprendido que ser comunidad significa estar permanentemente unidos en comunión eclesial, aunque no podamos estar físicamente juntos. Por seguridad sanitaria, muchos templos han tenido que cerrar, pero la Iglesia ha permanecido abierta ofreciendo su ministerio.
P.- ¿Cómo ve a esa Iglesia de pasado mañana?
R.- El regreso a las actividades cotidianas va a ser un proceso largo en el tiempo y laborioso en los esfuerzos para no experimentar rebrotes de la enfermedad. Quizá el mayor peligro que corramos sea pasar a una nueva situación “como si no hubiera sucedido nada”. La experiencia pascual nos recuerda que el Resucitado lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles de la cruz. A través de ellas, llega la luz de la vida. De igual manera, nosotros debemos afrontar esta situación con las heridas de la pandemia, pero transformadas por la fuerza y la esperanza de la fe en la resurrección. El Señor sale a nuestro encuentro para transformar nuestro duelo en alegría y consolarnos en medio de la aflicción.
P.- ¿Y cómo será la vida consagrada post-COVID?
R.- Los consagrados constituyen un don de vida, santidad y misión dentro de la Iglesia y también tienen su palabra en el conjunto del tejido social. La vida consagrada vive, testimonia y trabaja en medio de la sociedad y contribuye de una manera determinante a la construcción del bien común. También ante el coronavirus. En estos momentos hay que ser estrategas evangélicos y carismáticos.
P.- ¿Estrategas?
R.- Algunos suelen distinguir entre el ‘organizador’ y el ‘estratega’. El primero lleva adelante el plan preconcebido “pase lo que pase” y “caiga quien caiga”. El segundo desarrolla un arte especial para sortear las dificultades y tratar de cumplir lo mejor posible los objetivos. Está claro que no estamos en tiempo de organizadores, sino de estrategas. Y estoy seguro de que los consagrados sabrán asumir el papel de ‘sabios estrategas carismáticos’ para seguir cumpliendo, desde su vocación eclesial, la misión de Dios.
Guiado por Francisco
P.- Seis años como director del ITVR. ¿Qué poso le deja?
R.- Comencé con un doble impulso. En aquel otoño de 2014 dio inicio el Año de la Vida Consagrada con lo que supuso de reconocimiento y aliento hacia los consagrados. En esas mismas fechas, Carlos Osoro comenzaba su ministerio pastoral en Madrid, con una cercanía especial y un celo pastoral reseñable por la vida consagrada en general y por el Instituto en particular. En este tiempo me he dejado guiar por el magisterio del papa Francisco, el impulso de comunión eclesial con la Iglesia local y universal, y la urgencia misionera, tan necesaria en nuestros días. De lo que más me alegro es de haber podido llevar al Instituto a las puertas de su cincuenta aniversario que se celebrará en 2021. En lo puramente académico, además de la licenciatura presencial, hemos consolidado un programa on-line de Experto en Teología de la Vida Consagrada.
P.- Se olvida de las Semanas Nacionales de Vida Consagrada…
R.- Todas han venido marcadas por los acontecimientos eclesiales (Año de la Vida Consagrada, Año de la Misericordia, Sínodo de los Jóvenes…). A todos nos dejó una huella especial la presencia del cardenal Luis Antonio Tagle en 2015. Era su primera vez en Madrid y su sencillez y profundidad con la llamada a salir y resucitar fue un buen broche de oro. Otro año nos visitó el cardenal Philippe Barbarin, otra personalidad extraordinaria que concentra en su persona un crisol de culturas, una visión eclesial universal y una alta formación teológica. Además de las Semanas, recuerdo con cariño una jornada para administradores con Manuel Pizarro y el cardenal Fernando Sebastián muy significativa. Y otra jornada para presentar la instrucción ‘Cor orans’ con la presencia cualificada de pastores y expertos. Otro de los acontecimientos que han marcado esta época ha sido la creación como cardenal del padre Aquilino Bocos, pues además coincidió que yo era superior de la Comunidad. Todos lo leímos como un impulso a la vida consagrada y el Instituto trató de estar también a la altura. Todos estos acontecimientos están recogidos en diferentes libros, donde además están los ciclos de conferencias de los Jueves del ITVR, homenajes a los profesores fallecidos y jubilados…