Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La necesititis, ¿una patología actual?


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Cuando enfrentamos una crisis como una pandemia, recesión o estallido social, inevitablemente, nos vemos enfrentados a una realidad de límites y fragilidad. Muchas comodidades, servicios, productos, agendas y modos de relación que teníamos desaparecieron y nos hemos tenido que adaptar a una nueva realidad donde, “obligadamente”, debemos vivir con menos de todo. Por lo mismo, es bueno reconocer si estamos contagiados o no de esta pandemia que puede amargarnos la vida y desaprovechar una gran oportunidad.



¿Qué es una necesidad? Literalmente, es la carencia o escasez de algo que se considera imprescindible para la vida desde el punto de vista del bienestar corporal. Es así como las únicas necesidades biológicas que requerimos para seguir viviendo son: alimento, bebida, abrigo y un techo donde guarecernos, en caso de que el clima no sea favorable. Me atrevo a afirmar que también es una necesidad la relación con un “tú” comunitario que me permita reconocerme como un “yo relacional” y construir mi identidad.

¿Y el deseo?

¿Qué es un deseo? Son todas aquellas relaciones con bienes, servicios, estados, sueños y expectativas que provocan interés o apetencia de una persona por conseguir poseer o lograr algo, pero que no son imprescindibles para la vida; es decir, podemos vivir sin ellos. Podemos desear tener un cuerpo escultural, un auto todo terreno, un trabajo mejor remunerado, hablar otro idioma, viajar por el mundo, tener una casa propia, tener un mejor celular…, pero, careciendo de ello, seguimos vivos igual.

Sin embargo, el deseo es parte de una “trampa” muy humana a la que debemos estar atentos para no caer transformándolo en una necesidad falsa. Querer algo y trabajar por conseguirlo es legítimo, pero asociar ese algo o alguien a un requisito de nuestra plenitud es un engaño tan antiguo como Adán y Eva y el deseo de ser como Dios. Al igual que ellos, apenas lo obtengamos, nos sucederán dos cosas: la decepción de que no nos hizo felices como creíamos y también el temor a que nos sea arrebatado o que lo podamos perder. Ahí está la “desnudez” o fragilidad de nuestro ser.

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Un paradigma lleno de “necesidades”

La complejidad de nuestro estado es que a la fragilidad “natural” del ser humano se le sumó un paradigma que exacerbó el espejismo de la felicidad en el tener al grado extremo. Para ser feliz y exitoso, en la sociedad del rendimiento, debías ser joven, atractivo, tener muchas cosas, tener un gran puesto de trabajo, tener todos los artículos de consumo y servicios a tu disposición, ser saludable, deportista y popular, por nombrar algunas de las categorías más fuertes del estereotipo. Para eso, sucumbíamos a las promesas de felicidad en compras y competencias insaciables para diferenciarnos de los demás, cayendo en miles de “manipulaciones del mercado” que nos hicieron dependientes de ellas y enfermos de necesititis mucho más allá de lo que lográbamos captar.

Necesititis… ¿Qué es esta enfermedad mental? Consiste en la tendencia a amargarse la vida (y la de los demás) cuando no veo satisfechos uno deseos que he convertido en falsas necesidades. Es vivir en un estado de “drama terrible” donde soy incapaz de tolerar el no cumplimiento de mis expectativas y/o deseos cuando quiero y como quiero. Es comportarse desde una creencia absoluta e irracional de que, careciendo de algo o alguien, me es imposible la felicidad.

Una realidad camuflada

El dilema de esta patología tan extendida –una verdadera pandemia de infelicidad– es que estaba muy bien camuflada en el mundo previo a la crisis. Con mayor o menor dificultad, los seres humanos creíamos en una sociedad sin límites donde todo lo que queríamos era posible a mediano o largo plazo. Así, vivíamos explotándonos a nosotros mismos (con trabajo, deudas, sacrificios…) para cumplir muchas de esas “necesidades” ,y una vez alcanzadas, entraba la paranoia de perderlas, pero nos creíamos “libres y felices”.

Ahora, en pleno cambio del orden mundial, con toda la complejidad que conlleva, los límites volvieron a hacerse evidentes, los deseos se hicieron más inalcanzables para muchos y, por ello, la “necesititis” puede correr por dos vías opuestas:

  • Si no somos conscientes de ella, puede acentuarse aún más y amargarnos la vida totalmente. Con la recesión económica, con la incertidumbre social, con la pandemia, muchas personas sienten que se les está arrancando la felicidad para siempre. Perder el estilo de vida de antes es “terrible” y sienten que no lo podrán soportar.
  • Si somos conscientes de ella, podremos aprender a ser más sabios y aprender a ser felices con menos y, de paso, fomentar la austeridad, la colaboración, la solidaridad y la verdadera libertad y paz interior.

El reto de purificarnos

Esta pandemia o crisis en general nos pone en evidencia nuestras necesidades “falsas” más arraigadas y nos puede ayudar a purificarlas y desprendernos de ellas, poco a poco, en la medida en que encarnemos la experiencia del Amor como medida y sostén de la felicidad. Una crisis como la actual –al despojarnos de tanto– nos puede dejar abrir espacio y agenda para lo único que nos llena y hace felices en verdad: el amor incondicional que nos hace sentir valiosos, amados e importantes por nuestro ser y no por nuestro poseer o hacer.

Para responder al anhelo del alma, no hay que comprar nada, sino solo silenciarse, despejarse de los deseos y entrar en contacto con la vida que hoy sí tenemos y que nos permite respirar. Lo importante es la vida, amar y ser amados, aunque nos cueste aprender esta lección vital. Sus necesidades son mínimas y siempre, casi sin importar las circunstancias, podremos hacer algo valioso con ella y por los demás. En definitiva, amar al prójimo y a uno mismo parece ser la única y primera necesidad para ser feliz y hacer felices a los demás.

Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo