El Papa ha dado luz verde al nuevo Directorio para la Catequesis, que actualiza el publicado en 1997 por Juan Pablo II, una renovación más que justificada, aunque solo fuera por los cambios que se han producido en la sociedad y en la Iglesia en las dos últimas décadas. La nueva guía se presenta como un instrumento “dinámico”, en tanto que pone en el centro a la persona, como sujeto activo y partícipe de su propia formación.
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La misión evangelizadora ya no tiene –ni ha tenido nunca– la transmisión generacional de una doctrina formulada en abstracto. El encargo kerigmático no es otro que anunciar la alegría del Evangelio encarnada en la compleja realidad del niño y de las familias que se acercan al templo para hacer la primera comunión, o del adulto que ha visto brotar una espiritualidad que quiere encauzar.
En este nuevo contexto, no caben recetas ni lecciones de manual, entre otras cosas, porque el que está enfrente no está dispuesto a asimilar un credo por imperativo categórico. Esta coyuntura obliga a cuidar al catequista como pilar fundamental, no solo para facilitarle unos conocimientos que le permitan responder con acierto a toda inquietud intelectual y moral.
Sobre todo, urge que estos agentes de pastoral se conviertan en acompañantes que sepan abrazar las heridas de sus catecúmenos para dar respuesta, no a golpe de mandamientos, sino de misericordia emanada de la escucha y el diálogo, ajena a todo juicio y discriminación.
Sobreesfuerzo de toda la Iglesia
Este cambio de paradigma hace que se tenga que configurar una catequesis a medida. Urge personalizar los procesos formativos teniendo en cuenta al otro; una adaptación que, lejos de caer en el relativismo, se acerca a la manera en la que Jesús enseñaba, adecuando el mensaje de la salvación al encuentro personal con la samaritana, con Zaqueo, con la suegra de Pedro…
Una metodología que requerirá un sobreesfuerzo de toda la Iglesia, especialmente de quien esté a pie de obra, llamado a redoblar su creatividad y capacidad de discernimiento, alejándose de grupos idealizados y materiales prefabricados. Una labor que no corresponde solo al catequista, sino a una comunidad viva que debe poner toda la carne en el asador si quiere contagiar a sus vecinos la Buena Noticia.
El nuevo Directorio se presenta como un documento prometedor pero exigente para las conferencias episcopales, a las que corresponde aterrizar sus orientaciones generales para que la catequesis entre, no solo en el universo digital, sino, sobre todo, que haga vibrar el corazón tanto de quienes se plantean hoy vivir en cristiano como de quienes pasan de puntillas o se tropiezan con una iglesia en el momento más inesperado, que es siempre el momento de Dios.