En estos tiempos donde prevalece la violencia y la falta de amor, es importante y casi urgente hablar de la esperanza. Creer que esta situación de la que somos causa y efecto puede cambiar, es tiempo de creer en la promesa hecha por Jesucristo: “Dichosos los afligidos, porque Dios los consolará” Mateo 5, 4.
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Hay tristeza, desolación y falta de esperanza en nuestras casas, calles y ciudades. Los periódicos y noticieros ofrecen información poco alentadora para motivarnos a esperar un mejor mañana y muchas veces son la única fuente a la que nos asomamos y creemos completamente. No debemos por ningún motivo dejarnos atrapar por la espiral de la desesperación que nos conducirá irremediablemente a la depresión, aunque la batalla contra este virus siga incrementando sus cifras, debemos mantenernos firmes y orar por tanto daño, muerte y desolación, se trata de convertirnos en seguidores con fe y valor por el Evangelio, Dios es un padre amoroso y sabe lo que hay en nuestro corazón, ahí radica la sencillez de su amor. Es tiempo de creer, llegó el momento de confiar y aunque la crisis mundial y los problemas migratorios nos digan que hay muy poco por hacer, como seguidores de Jesús debemos confiar y esperar. De muy poco serviría profesar nuestra creencia en Dios sin la esperanza de que todo puede mejorar, sería estéril nuestra oración sin creer que la fuerza del Espíritu Santo es capaz de transformar la historia.
Nuestro Padre Celestial nos ama de una forma única y especial, somos hijos creados con un amor desmedido, tanto que nos ha dado la libertad para amarle. Creamos en Él, aunque el pecado nos haga dudar, confiemos en Él cuando la incertidumbre de tener un mejor mañana nos confunda, esperemos en Él, soportando con amor y paciencia las dificultades de la vida; porque la vida sin Dios carece de sentido. Es tiempo de alejarnos ya de los falsos dioses que solo alimentan nuestro egoísmo y vanidad, confiemos en Dios, aunque todo el mundo se esfuerce por ignorarle, seamos presencia viva de sus enseñanzas, extensión de su corazón, las manos que faltan para ayudar, alimentar, transformar y sanar a nuestros semejantes. Hace falta mucho amor y esperanza, los seguidores de Jesucristo debemos de comprender lo importante que es darlo a conocer y llevarlo a los lugares que necesitan ese bálsamo, la Buena Nueva. Tú y yo ¿ya lo estamos compartiendo?