Cuando en 1978 se publicó la instrucción ‘Criterios pastorales sobre las mutuas relaciones entre obispos y religiosos en la Iglesia’, conocida como ‘Mutuae relationes’, el entonces prefecto de la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, cardenal Eduardo Pironio, afirmó que el texto era fruto “de una profundización en el misterio de la Iglesia como ‘nuevo pueblo de Dios’”. Hoy, el nuevo documento que se espera sobre las ‘Mutuas relaciones entre obispos y personas consagradas en la Iglesia’ será reflejo de ese misterio y habremos de acogerlo desde la identidad y pertenencia al nuevo Pueblo de Dios, como señaló el cardenal Pironio, especialmente en un tiempo en el que la Iglesia española se ha recordado como Pueblo de Dios en salida.
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
- A FONDO: El Vaticano publicará una instrucción que regulará las relaciones entre religiosos y obispos
- EDITORIAL: Todo y todos suman
- Artículo completo solo para suscriptores
- Toda la actualidad de la Iglesia sobre el coronavirus, al detalle
En aras de una comunión eclesial, imprescindible y esperanzadora, que ofrezca amplios horizontes a este mundo dolorido por la pandemia del coronavirus y tantas otras, proponemos aquí cinco verbos que, bien conjugados en las relaciones intraeclesiales, fomentarán la unidad para que el mundo crea en Jesucristo, enviado del Padre (cf. Jn 17, 21).
1. Ensanchar la tienda
Lo sugiere el cardenal Aquilino Bocos: “Los laicos abrieron una brecha en las relaciones Obispos-Consagrados. Al subrayar con fuerza la comunión y complementariedad de los estados de vida, ayudaron a ensanchar la tienda (cf. Is 54, 2) de la Iglesia”. A lo largo de los siglos, ha habido un admirable laicado que ha compartido carisma con las órdenes y congregaciones religiosas históricas. Igualmente, se ha dado en las nuevas fundaciones y, de manera peculiar, en las Nuevas Formas de Vida Consagrada o familias eclesiales más recientes. Los encuentros de laicos en misión compartida que comenzó a celebrar CONFER en el año 2014 bajo el lema ‘Juntos somos más’ son un buen exponente de esta realidad. En cada Iglesia particular se da esta tienda ensanchada, porque los carismas no son propiedades particulares, sino bienes de la Iglesia para la Iglesia y para un mundo que camina en y hacia el Reino de Dios.
2. Iniciar procesos
Aunque pensemos que hay muchos procesos comenzados, en el ámbito de las relaciones intraeclesiales es necesario iniciar nuevos procesos de discernimiento, de comprensión, de conocimiento mutuo, de proyectos comunes… Procesos que se desarrollen a la luz de la paciencia de Dios (cf. 2 Pe 3, 9). Este verbo podemos conjugarlo con la ayuda de uno de los cuatro principios que expone el papa Francisco en ‘Evangelii gaudium’ relacionados con tensiones bipolares de la realidad social: “El tiempo es superior al espacio”. Tal máxima nos permite mirar a un horizonte mayor; ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles, a asumir la tensión entre plenitud y límite; entre querer dominarlo todo y la reconocida imposibilidad de que eso sea así. El Papa afirma que el tiempo rige los espacios, los ilumina y transforma, de tal modo que se privilegian nuevos dinamismos, libres de las trabas del dominio y la imposición.
3. Curar conflictos
Los conflictos siempre han existido y existirán. En la esfera de las relaciones, no debemos ignorarlos, aunque tampoco ser sus prisioneros. A veces, es difícil solucionarlos y superarlos. Pero no hay que renunciar a curarlos, con paciencia y esperanza, hasta que, si es posible, queden sanados. Otro de los principios que expone Francisco en ‘Evangelii gaudium’ nos ayuda a conjugar este verbo: “La unidad prevalece sobre el conflicto”. El Papa propone curar el conflicto sufriéndolo, para luego iniciar un proceso de resolución y transformación, de comunión en las diferencias, yendo más allá de la conflictividad. Conlleva buscar en el otro su dignidad más profunda sin juicios de valor, exclusiones ni menosprecios. Hay un “plano superior”, que nos ofrece Cristo unificando cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, cuya señal es la paz, que cohesiona las relaciones, que cura heridas relacionales. Esto es posible desde la propia interioridad pacificada, convirtiéndonos en cauce de unión y no en motivo de ruptura, dispuestos a curar y dejarnos curar en un constante proceso de reconciliación cuyo fruto es la belleza de una “diversidad reconciliada”.
4. Servir en la Iglesia universal y particular
Un solo servicio en una sola Iglesia. Respetando la debida vinculación jurídica, la presencia y acción evangelizadora de la vida consagrada es plenamente eclesial en cada diócesis. La vida consagrada contribuye con su ser y su misión a ensanchar la tienda de la Iglesia particular hasta la universalidad. De tal modo que no haya oposición ni retroceso entre lo universal y lo particular, sino que lo particular se abra a lo universal y se enriquezca en esa apertura, así como lo universal ciertamente crece y se edifica con lo particular.
5. Encarnar la espiritualidad de la comunión
Llegamos al último verbo, que recoge y confirma los cuatro anteriores. La espiritualidad de comunión puede y debe armonizar las relaciones en la Iglesia desde la rica diversidad que el Espíritu Santo inspira, purifica y consolida. El misterio invisible de la espiritualidad toma cuerpo en cada uno de los miembros de la Iglesia. La acción protagonizada por el Espíritu se encarna en una eclesiología de comunión en la que cada discípulo misionero es sujeto activo y responsable.
(…)