El pasado 9 de julio, Vida Nueva daba cuenta del levantamiento de la dispensa del precepto dominical en la diócesis de Madrid, que se estableció a raíz de la pandemia el 14 de marzo. Al parecer, después de la reflexión llevada a cabo en el seno de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, el resto de diócesis españolas publicarán los oportunos decretos que pondrán en práctica esa misma decisión.
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A mi modo de ver, con la vuelta a la obligatoriedad de la misa se ha perdido una gran ocasión de liberar a la eucaristía de un precepto cuyos beneficios no son fáciles de ver. Porque, ¿qué bien se puede sacar de la obligación de dar gracias, que es lo que significa propiamente la eucaristía? De hecho, ¿puedo dar gracias por obligación y que eso no sea algo meramente superficial o protocolario que no afecte al corazón?
Es verdad que Jesús, “para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno” (Catecismo de la Iglesia católica n. 1337). La “orden”, claro está, proviene de las palabras evangélicas: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19; 1 Cor 11,24). Este “haced”, gramaticalmente, es un imperativo. Pero todo el mundo sabe que el imperativo gramatical no solo transmite órdenes o mandatos, sino también ruegos, solicitudes o incluso deseos.
En el Antiguo Testamento encontramos que el último salmo del Salterio es una intensa y vibrante invitación a alabar a Dios: diez veces aparece el verbo “alabar” también en imperativo (once, si contamos el “aleluya” final”), y una en imperfecto, que en hebreo es un “tiempo verbal” que indica una acción inacabada, es decir, que todavía está en curso. Nadie en su sano juicio entendería que, por mucho que se intente, se pueda obligar a nadie a alabar a Dios (por otra parte, ¿querría Dios una alabanza en esas condiciones?).
La Iglesia tiene ante sí la difícil tarea de hacer que los cristianos descubran que dar gracias a Dios por Jesucristo, junto con los hermanos, es el corazón de la fe.