Asumir este tiempo de enfermedad desde el servicio, es una tarea que nace de la compasión real y que exige actuar de un modo generoso con quien más lo necesita; es cierto que el servicio nos coloque en la respuesta que todo discípulo ha de dar cuando decidió decirle sí a Jesús. Parecería que el servicio se va estructurando de tal modo que se convierte en el brazo organizado de la caridad dedicada por la Iglesia.
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En muchas ocasiones el apostolado profundiza no sólo en la acción social, pasando de ser un asistencialismo -que es necesario frente a la inercia de la indiferencia- a lograr tener los elementos necesarios para generar un diagnóstico que busque entender las causas y transformar las consecuencias, en la construcción de un mundo más justo y humanizado.
“Traten a los demás, como quieren que ellos los traten ustedes…”. Es desde ahí donde nace el espíritu cristiano de cualquier apostolado, tratar al otro al modo como Jesús trató a quien le rodeaba.
Ayer fui diagnosticado como positivo de Covid-19, mi cabeza lo entiende, mi voluntad lo asume y mi alma se abandona; pero en mi naturaleza experimenté el insomnio, resultado de muchas preguntas, del destino o el modo como podría desarrollarse este virus en mí; no está mal sentir incertidumbre, no está mal sentir miedo, no está mal dudar; pero tras el desahogo: gratitud.
Hay un tiempo para servir, hay un tiempo para dejarse ayudar; todos somos importantes, pero podemos no ser indispensables; la experiencia de la enfermedad también es un servicio, que purifica las intenciones, que fortalece la voluntad y que nos da una gran oportunidad de poder contemplar en el sufrimiento de nuestro buen Jesús amado, el camino para servirle: acompañando y aprendiendo a estar.
¿Qué hace llevadero el tiempo a un enfermo? La humilde gratitud, el diálogo interior y la escucha de nuestro entorno.