Cuando yo era niña, en Chile, el tema de la desnutrición infantil y de la población en general era una problemática muy fuerte. Al cabo de unas décadas y conforme el desarrollo económico del país, este fenómeno se fue al otro extremo del péndulo, siendo hoy la obesidad y el sobrepeso una situación muy preocupante, ubicándose nuestro país en el octavo más obeso a nivel mundial. Sin embargo, esta alza progresiva de los kilos de más no ha sido exclusiva de Chile, sino del mundo en general –salvo las lamentables excepciones de países africanos y algunos más pobres del planeta– y ya se habla de la Globesidad.
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Paralelamente, la sociedad ha ido descuidando su espíritu y actualmente se encuentra “en los huesos”, engañada por una sensación de felicidad/carne que en la realidad no está. La anorexia espiritual, traducida aquí como la destrucción lenta e inexorable de la persona como ser relacional y su salud global, por no valorar lo que es y dejar de alimentarse espiritualmente, también se ha ido intensificando en las últimas décadas, evidenciado en preocupantes estadísticas de depresión, suicidios, deterioro de los vínculos y en trastornos psicológicos, entre otros.
La foto de la humanidad
Y es que, si pudiéramos sacar una fotografía de la humanidad como un solo cuerpo, lo veríamos como un ser sin paz, hiperactivo, insaciable, ansioso, pesado, poco ágil, poco agraciado, tapado con ropas grandes, cansado, con un motor sobrecargado, exigido al máximo de su capacidad y con averías preocupantes que lo podrían enfermar. Una vez más, la crisis de la pandemia puede ser una gran oportunidad para repensar su estilo de vida y poder revertir la tendencia mundial a engordar como ser relacional.
Si pudiéramos medir el Índice de Masa Psíquica de las personas, somos muchos los que nos sobrealimentamos de información, de relaciones, de roles, de emociones, creencias, actividades, haceres y deberes, que no somos capaces de digerir ni absorber y se nos van formando “rollos mentales” y “grasa en el alma”, que no nos permiten conectarnos con nuestro ser espiritual, con lo que de verdad somos y podemos compartir con los demás. Nuestro espíritu se va desnutriendo y no lo podemos encontrar; desconocemos cuáles son nuestros propósitos profundos para vivir y, por lo mismo, nos volvemos raquíticos espiritualmente hablando.
Tiempo para amar
Todos partimos con unos kilos psíquicos de más, dejando poco espacio en la agenda para el silencio, para estar, para digerir lo que vivimos, para discernir y reflexionar, para sentir y gustar lo importante, para amar y vincularnos con nosotros mismos y los demás. Lo que somos nos parece poco al compararnos con los demás y comenzamos a “comer en exceso” para tapar esa realidad que nos duele y que no queremos aceptar.
Sin darnos cuenta, en las últimas décadas, la mayoría de las personas fuimos ganando “grasa” y, por lo mismo, se nos pueden haber producido varios síntomas que podemos reconocer para revertir y sanar como son la falta de musculatura espiritual para subir y bajar por las cimas y simas de la vida; de flexibilidad para adaptarnos al cambio; sedentarismo espiritual y mayor pereza intelectual; disconformidad con todo y baja autoestima personal; ocultamiento en máscaras de todo tipo, y la aparición de algunas enfermedades anexas: como irritabilidad, desolación, tristeza o rabia, que conllevan problemas de relación con los demás y el entorno.
Salud emocional y espiritual
¿Cómo mantener una buena salud emocional y espiritual? La clave está en un cambio de estilo de vida total que nos permita “alimentarnos” y “ejercitarnos” a partir del ser único que cada uno contiene y tener la certeza de que existe y lo podemos recuperar, sin importar la edad o los kilos de más.
Nadie puede sanarse solo si no es consciente de su enfermedad, ni tampoco imponerle a otro su dieta para adelgazar; cada proceso es único y dependerá de varios factores que debemos considerar para vivir una espiritualidad sana y no caer en “espiritualidad chatarra”, que puede ser más dañina aún que la enfermedad. Estos factores serían los siguientes:
- Buen diagnóstico: debemos reconocer el origen del desamor hacia nosotros mismos y reconstruir una narrativa diferente a nivel relacional. Reconocer las voces tóxicas es imprescindible para poderlas callar. “Escuchemos con quién hablamos cuando hablamos con nosotros mismos”.
- Disminuir la chatarra: claramente, la pandemia es un arma de doble filo; puede habernos ayudado a ser conscientes de lo que estábamos “comiendo” y acumulando, o bien haber aumentado aún más de peso psíquico y hoy estar a punto de infartarnos.
- Condiciones de cada ser: deberemos considerar nuestro ser para recuperar la salud espiritual, pero sin caer en el hacer. Los medios ascéticos no pueden ser un deber más, sino algo que se busca y quiere porque vivimos sus beneficios. Al principio costará, pero luego será una necesidad.
- No seguir dietas de otros: es bueno ver lo que a otros les ha servido como orientación, pero siempre mantener la autonomía, libertad y discernimiento personal para elegir el mayor bien para nosotros mismos y el de los demás, sin caer en el molde de gurúes o espiritualidades encorsetadas que subestiman nuestra capacidad natural.
- Cambios de hábitos en la comunidad: ningún obeso es capaz de sanarse solo si todos siguen comiendo chatarra a su alrededor; en ese sentido, será bueno revisar también nuestros modos de vinculación con los familiares, amigos y compañeros de trabajo, para ver cómo podemos ir lenta y respetuosamente dando nuestro testimonio de rehabilitación espiritual.
- Autoconocimiento y máximo cultivo del espíritu: habrá que buscar los mejores medios para conocernos día a día en nuestras luces y sombras, para ser conscientes y, desde ahí, ir buscando los mejores alimentos para cultivar nuestro ser y sacarle el máximo de brillo a sus dones y originalidad.
Ser sanos de cuerpo, psiques y espíritu es nuestro desafío actual; siempre lo ha sido, pero este tiempo nos da la oportunidad de hacer cambios personales y sociales que no podemos desaprovechar.
Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo