“Ya no le enseñaba el puño al mar. Le volvía la espalda con desprecio, pero amenazaba a alguien que estaba tierra adentro, a la torre del Miguelete, que alzaba a lo lejos su robusta mole sobre los tejados de la ciudad. Allí estaba el enemigo, el verdadero autor de la catástrofe. Y el puño de la bruja del mar, hinchado y enorme, siguió amenazando a la ciudad, mientras su boca vomitaba injurias. ¡Que viniesen allí todas las zorras que regateaban al comprar en la pescadería! ¿Aún les parecía caro el pescado? ¡A duro debía costar la libra!”.
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Así concluye Blasco Ibáñez su novela Flor de Mayo. Ese mismo año de 1895, Sorolla consigue una medalla de Primera Clase en la Exposición Nacional con el cuadro titulado ‘¡Aún dicen que el pescado es caro!’.
Yo , que soy de tierra adentro, estos meses pasados estuve recogiendo recuerdos y materiales también aprendidos de tanta gente buena que vive duramente del mar. O ayuda a esas gentes.
El 16 de julio se celebra la fiesta de la Virgen del Carmen. El deseo de la Iglesia para esta jornada a los ¡100 años de la creación del apostolado del mar! es también hacer visible a los invisibles (como en tantas ocasiones). En este caso a marineros y pescadores.
Doblemente confinados
Trabajando en ello, me encontré con este texto del papa Francisco del 7 de septiembre de 2018, nos invitaba a salir al encuentro de las personas que trabajan en el mundo del mar, de tantos lugares, orígenes, razas, culturas y religiones. Un arcoíris de mezcolanzas anudadas en mil lazos marineros en la lucha por la vida y la dignidad en todas sus vertientes. Decía: “En los rostros de los marinos de varias naciones, os invito a reconocer el rostro de Cristo. En el babel de sus idiomas, os recomiendo hablar el lenguaje del amor cristiano que acoge a todos y no excluye a nadie. Ante los abusos, os exhorto a no tener miedo de denunciar las injusticias y abogar por trabajar juntos para construir el bien común y un nuevo humanismo del trabajo, promover un trabajo respetuoso con la dignidad de la persona que no ve solo la ganancia o las exigencias productivas, sino que promueve una vida digna sabiendo que el bien de las personas y el bien de la empresa caminan juntos”.
La voces –también eclesiales– nos recuerdan que hay mucha gente de la mar doblemente confinada: en su trabajo en los buques y/ o afectados también por el Covid-19. Y mientras los marinos garantizan, con dedicación y enormes sacrificios personales …dice el Cardenal Peter Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral–, el continuo funcionamiento de las cadenas de suministro, algunos armadores, agencias de tripulaciones y directivos sin escrúpulos, utilizan en algunos casos la excusa de la pandemia para ignorar sus obligaciones hacia estos marinos, muchos de ellos emigrantes.
A muchos de nosotros, cómodamente instalados en nuestra casa, nos es difícil comprender hasta qué punto nuestra vida cotidiana depende del mar y sus trabajadores. Y, sin embargo, muchas cosas de uso cotidiano, pequeñas o grandes, nos llegan por ellos. En torno a 1,2 millones de marineros (la mayoría procedentes de los países en vías de desarrollo) a bordo de 50.000 buques mercantes transportan casi el 90% de mercancías de todo tipo. Buques expuestos a riesgos considerables, inermes a la fuerza a veces despiadada del mar. Pero son los marineros los que están arriesgando su vida.
Quedan como atrapados en la red. Porque, entre otros casos, el sector pesquero está plagado de casos de trata de seres humanos, de trabajo forzoso. Atrapados en la red. O aquellos para quienes el mar es el cementerio de sus vidas y sus sueños, cuando este es el único camino para salir de su tierra en busca de otros horizontes. El mar trágicamente –“muy a su pesar”– les envuelve y les acoge para devolverlos a la vida. Las estelas del Mediterráneo se cubren muchas veces de cadáveres flotantes o personas naufragadas donde también muchos mercantes acuden en su auxilio. Como así lo hacen tantas embarcaciones oficiales de salvamento. ¡Y muchas ONG ejemplares sin ningún barniz de buenismo fácil, sino arriesgando sus propias vidas, a pesar de lo que digan ciertas corrientes políticas!
A Dios lo encuentran muchos en el mar, ya sea el mar de Castilla o el de los océanos. Y todos soñamos estelas limpias. Y no simplemente por añadir un banal adorno ecológico. En la encíclica ‘Laudato si” se mencionan precisamente algunas de las amenazas que afectan los recursos naturales marinos: “Muchas de las barreras de coral del mundo hoy ya son estériles o están en un continuo estado de declinación: ‘¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?'”.
No es posible olvidar a los hombres y mujeres de todos los colores que respetan y aman el mar porque les va la vida en ello.
Quizás sean ellos los que construyen las estelas en la mar.