A medida que pasan los días va cambiando rápidamente nuestra perspectiva en la vivencia de la pandemia. Pero la preocupación en el desconcierto, la intensidad del sufrimiento experimentados ante Dios y la realidad, hacen emerger inquietudes, intuiciones que no deben perderse. “No te olvides” del Deuteronomio me parece una pista importante.
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Siendo honestos y fieles al Espíritu, me gustaría que no perdiéramos el recuerdo ni el significado de las intuiciones que han surgido en nosotros, en el seno de nuestras comunidades, en las reflexiones que este tiempo nos ha dado. La Vida Religiosa podría ser esta fuerza “buscadora”, “procesadora”, con el ojo vigilante que, desde la contemplación, atenta al paso de Dios en lo que acontece, pudiera ofrecer claves de vida renovada, no en la teoría, sino en la práctica, como siempre lo ha hecho en la historia (cf. Papa Francisco, Carta en ocasión del Año de la Vida Consagrada). Eso no se inventa, debemos afinar el espíritu del discernimiento y dejar que acontezca. Sin prisas ni pausas.
Todo ello irá acompañado de análisis más cuidados para que el discernimiento sea informado. La Vida Religiosa podría ser pionera en la resiliencia, haciendo tesoro de la fortaleza, generosidad, compasión y creatividad puestos a prueba, y dar propuestas ante la crisis. Lo hará si se deja interpelar por la novedad espiritual perenne de los carismas que han dado vida a las familias religiosas, surgidas siempre en tiempos límite.
La Vida Religiosa puede poner al servicio de la humanidad herida, frágil, desequilibrada en sus relaciones y oportunidades, su sensibilidad evangélica y compromiso para atender a la vida, partiendo desde la mirada a Jesús, “haciendo presente su corazón y sus gestos en medio de la gente”. Esto es lo esencial de la consagración. Puede ser que lo realice de modo más humilde, sencillo, a partir de su ambiente inmediato… Sobre todo, si los confinamientos y limitaciones para la actividad se prolongan. Siempre podemos estar cerca y cuidar del que está al lado.
La frontera para la Vida Religiosa aun más fuerte está en la comunión, en el compartir las experiencias, intuiciones y caminar juntos, con otros. En la UISG estamos experimentando en estos meses una comunión muy fuerte: acompañarnos mutuamente, orar, pensar y escuchar juntos, organizar la solidaridad para ayudar a las congregaciones más afectadas, crear conexiones para aprender unos de otros. Hay muchos que no quieren limitar la lectura de las consecuencias de la pandemia a una visión meramente económica.
No podremos salir mejores, como tantos sueñan, sino pensando en todos y más unidos. Por eso, una vez más, la Vida Religiosa está en “salida”. Salir de los modos de llevar nuestras obras, liberarnos de nuestros planes y presunciones, proyectos y ritmos tal vez también excesivos, ruidosos, superficiales. Salir donde nos espera y nos envía la Iglesia, el mundo. Esta realidad pide desprendimientos, que no resultan fáciles, por eso volveremos siempre a la oración.
Tiempo sabático
Algunos han llamado este tiempo un tiempo sabático en el que –aunque forzosamente, por medidas de protección– hemos dejado descansar el aire, la tierra, nuestros oídos; nos ha sorprendido como la naturaleza se ha expresado en su belleza con mayor vigor. El contraste nos ha hecho tocar el desequilibrio del ecosistema, pues bastaba, por ejemplo, dejar de emitir una cantidad considerable de gases contaminantes para recuperar la belleza, la armonía, la generosidad de nuestro hábitat.
Contemplando este hecho podríamos pensar en ir frenando los ritmos de nuestras actividades, crear más espacios a la escucha y disminuir las contaminaciones de todo tipo, promover la cercanía con la gente; vivir y educar para la ecología integral en las decisiones que tomamos y sus consecuencias para la sostenibilidad del medioambiente, en general, y también de nuestros lugares concretos de vida.