El 9 de julio de 2009, el escritor Eduardo Galeano, uno de los pensadores contemporáneos más importantes de América Latina, fue premiado por la Orden de Mayo de la República Argentina. Como agradecimiento por el premio recibido, el escritor compuso un hermoso poema titulado “Los mapas del alma no tienen fronteras”, en el que presentaba los múltiples significados del término “frontera” que subrayan diferentes concepciones. Cuando hablamos de “ir más allá”, de “expansión”, de “pionero”, no estamos indicando necesariamente la “línea fronteriza” o los “límites” entre países, dentro de las “franjas fronterizas”.
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Si reflexionamos sobre algunos aspectos de la experiencia del Sínodo Especial para la Amazonía, podemos decir que el proceso sinodal fue una oportunidad para confirmar que realmente “los mapas del alma no tienen fronteras”. Y que las fronteras que separan, dividen, humillan, violan y matan, pierden su significado cuando reconocemos que vivimos en la misma “casa común”.
El proceso sinodal que, claramente, pasó por las manos, la razón y el corazón de las mujeres, fue una ocasión de acercamiento, diálogo, encuentro y celebración para toda la Iglesia de los nueve países que conforman la Amazonía Panamericana, con una nota común que reafirmó la lucha en defensa de la Amazonía y sus pueblos.
A la luz de la encíclica Laudato si’ se reiteró que “todo está interconectado en esta casa común”, desde la evangelización de los pueblos hasta las posibilidades de una ecología integral y las lecciones de convivencia y cuidado de la creación que los pueblos indígenas imparten a todo el planeta. En particular, las mujeres, verdaderas custodias del bosque, las aguas y los territorios, enseñan cómo cuidar, con amor y responsabilidad, de esta gran casa común que no conoce fronteras, sino solo el horizonte que alcanza la mirada.
El proceso sinodal ha mostrado una “Iglesia con rostro amazónico”, capaz de celebrar y vivir la Palabra de Dios, con una espiritualidad propia, con su devoción y religiosidad; ha reconocido la identidad y el clamor del pueblo de Dios en la Amazonía Panamericana, en particular de los pueblos indígenas; ha ayudado a revelar al mundo la riqueza de la biodiversidad del territorio y a conocer mejor su bioma para defender la región con sus bosques, sus aguas y sus pueblos distinguidos por la diversidad sociocultural, política, económica y religiosa.
La intensa participación de las mujeres en todo el proceso sinodal solo confirma esta característica reconocida tanto en el Documento final de la Asamblea sinodal (2019) como en la Exhortación post-sinodal Querida Amazonia del Papa Francisco (2020), es decir que en esta región hay “una Iglesia con cara de mujer”.
Un feminicidio que debe abordarse
La Asamblea sinodal ha reconocido el protagonismo de las mujeres en las comunidades, en las pastorales, en los movimientos sociales y en el conjunto de la misión de la Iglesia en la Panamazonía. Del mismo modo, reconoce que su participación y su representatividad en el mundo de la política, en los movimientos sociales, en las organizaciones de mujeres negras, quilombalas, indígenas, campesinas y migrantes transfronterizas, son innegables.
No obstante, los países de la Panamazonía tienen en común un contexto caracterizado por la violencia contra las mujeres, con una alta tasa de feminicidio. Es una violencia histórica que comenzó en la región con los procesos de colonización y que debe ser abordada seriamente por la Iglesia, los estados nacionales y toda la sociedad.
Sin embargo, incluso en situaciones de violencia, es innegable el papel de las mujeres en la lucha para superar cualquier forma de opresión, machismo, misoginia y discriminación, un legado de patriarcado que perdura incluso en las fronteras de la Iglesia.
Tiempo de mujeres
En la Asamblea sinodal, los participantes se comprometieron a “identificar el tipo de ministerio oficial que puede conferirse a las mujeres, teniendo en cuenta el papel central que desempeñan hoy en la Iglesia amazónica”. Basada en la experiencia de la Iglesia primitiva, “cuando respondía a sus necesidades creando ministerios apropiados”, la Iglesia en la Panamazonía reconoce “la presencia y el tiempo de las mujeres”, destacando sus carismas, talentos y espacio que históricamente ocupan en la sociedad. Por lo tanto, admite que su voz sea escuchada, que sean consultadas y participen en las decisiones y ministerios pastorales y eclesiales.
Finalmente, la Asamblea sinodal enfatizó que “la sabiduría de los pueblos ancestrales afirma que la madre tierra tiene un rostro femenino”, fundamento de una eco-teología feminista que reconoce que la acción de las mujeres es fundamental para la formación y continuidad de las culturas, la espiritualidad, de los cambios que transforman las estructuras injustas en una sociedad fraterna y solidaria, sin fronteras que separan y limitan.
*Artículo original publicado en el número de julio de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva