En junio de 1963, mi madre me hizo ver el funeral del Papa Juan XXIII en la televisión porque, dijo, “él ha sido bueno con los judíos”. Aprendí que el Papa vivía en Italia (lo que para mí significaba spaghetti), que era aclamado por la multitud y que era bueno con los judíos. Le dije a mi madre que quería ser Papa. Ella respondió: “No puedes”. “¿Por qué no?”, le pregunté. Me respondió: “Porque no eres italiana”.
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Ese mismo año una niña me dijo: “Has asesinado a nuestro Señor”.
“No es verdad”, respondí. Si se mata a alguien, se debería saber.
“Sí, lo has hecho”, dijo. “Lo ha dicho nuestro cura”.
‘Nostra aetate’
Estaba convencida de que el sacerdote llevaba un collar especial y que, por lo tanto, si hubiera mentido, el collar lo habría asfixiado (mirando hacia atrás, me parece una buena idea). Por lo tanto, yo debía, seguro, ser responsable de la muerte de Dios. Cuando llegué a casa llorando, mi madre me aseguró que el sacerdote estaba equivocado y que yo no había matado a nadie (en 1965, ‘Nostra aetate’ convalidó las enseñanzas de mi madre).
Mis padres me dijeron que los cristianos y los judíos adoran al mismo Dios. Leemos los mismos libros, como el Génesis y los Salmos. Amamos a nuestro prójimo, como nos impone Levítico 19. También me dijeron que los cristianos hablan de un hombre judío llamado Jesús. ¿Cómo podría un sacerdote, que debería saber todo esto, acusarme de deicidio?
Decidida a corregir esta enseñanza antijudía, pedí seguir el catecismo de la Iglesia católica. (Al principio pensé que el sacerdote había cometido un error de traducción. En la sinagoga estaba aprendiendo hebreo y sabía qué errores podían ocurrir. Entonces nadie me dijo que el Nuevo Testamento está escrito en griego). Mis sabios padres estuvieron de acuerdo. “Mientras recuerdes quién eres –dijeron– ve y aprende. Es bueno conocer la religión de nuestros vecinos”.
Me encantaban esas clases (probablemente era la única entre los niños). Las historias me recordaban historias escuchadas en la sinagoga. El niño Jesús casi fue asesinado, como el niño Moisés. Jesús cuenta parábolas y cura a las personas, como otros judíos en la historia judía.
Más tarde, leyendo el Nuevo Testamento, entendí dos cosas. En primer lugar, mis amigos católicos sabían lo que decían los Evangelios, pero me querían. Entonces me di cuenta de que nosotros elegimos cómo leer. En segundo lugar, entendí que el Nuevo Testamento es historia judía.
Hoy enseño a estudiantes que se preparan para ser sacerdotes y profesores de religión. En la primavera de 2019, me convertí en la primera judía que impartía un curso de Nuevo Testamento en el Pontificio Instituto Bíblico. En el mismo periodo, Marc Brettler y yo presentamos al Papa el volumen que editamos: The Jewish Annotated New Testament.
Ayudar a los cristianos a leer el Nuevo Testamento sin estereotipos falsos contra los judíos y mostrar a los judíos cómo el Nuevo Testamento forma parte de nuestra historia es una vocación y una alegría. No rindo culto a Jesús, pero sigo encontrando fascinantes e inspiradoras las historias que contó y las que le conciernen.
*Artículo original publicado en el número de julio de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva