El domingo 16 de agosto se concentraron algunos miles de personas en la plaza de Colón de Madrid manifestando su oposición a una variopinta panoplia de cuestiones relativas a la pandemia de coronavirus, como el uso de mascarillas, la propia existencia de la pandemia, la realización y valoración de las pruebas PCR, etc. Inmediatamente se llamó a estas personas “negacionistas”.
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Tradicionalmente, el “negacionismo” ha sido la postura adoptada por aquellos que, llevados en muchas ocasiones por una ideología próxima a la nacionalsocialista, niegan la existencia del Holocausto o Shoá, a pesar de las contundentes pruebas existentes (en este sentido, me permito recomendar el que probablemente es el más documentado libro sobre el tema: La destrucción de los judíos europeos, de Raul Hilberg, editado por Akal en 2005).
El pecado original
¿Habrá negacionistas en la Biblia? Desde una determinada perspectiva, podemos afirmar categóricamente que sí los hay. No hay más que fijarse en las primeras páginas de la Escritura. En ese pasaje que se ha dado en llamar del “pecado original” (Gn 3) –aunque el término “pecado” no aparezca en él–, vemos cómo el ser humano pretende “negar” su condición de criatura, hechura de las manos de Dios, y convertirse en señor absoluto de su existencia. Es lo que significa esa acción de apoderarse de los atributos que solo corresponden a Dios y que están simbolizados en esos frutos de los árboles de la vida y de conocer el bien y el mal que ocupan el centro del jardín, cuyo cuidado era precisamente la tarea que Dios había encomendado al ser humano.
Lo mismo cabría decir del episodio de la torre de Babel (Gn 11,1-9), donde los hombres pretenden “hacerse un nombre” levantando una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo, “negando” con ello su referencia última a Dios.
Otro ejemplo de “negacionismo” bíblico lo encontramos en el comportamiento del pueblo de Israel ante la alianza que Dios le ofrece. En efecto, Israel, a pesar de aceptar ser el “pueblo de Dios”, cumpliendo con las cláusulas del pacto (los “mandamientos”), prefiere afirmarse a sí mismo, negando con ello su referencia a Dios y a los otros.
Negacionistas los hay de muchas clases. Y la mayor parte de ellos suelen resultar peligrosos.