Ayer fui a comprar a uno de los supermercados que tenemos en el lugar en el que vivo. Cuando estuve en la sección de fruta aprovisionándome de ella me fijé, como siempre, en la información que nos dan sobre su lugar de producción. Mucha de ella es nacional (somos uno de los principales productores de fruta del mundo) y pude imaginar de qué lugar de España venía. Así recordaba los melocotoneros de la zona de la Franja en Huesca, los plataneros de Canarias, la uva en la Rioja o los naranjos de mi zona, de Valencia. Podía imaginar esos paisajes llenos de fruta que se colorea sobre el verde de las hojas cuando está madurando.
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Sin embargo, al mismo tiempo veía procedencias exóticas de otra frutas. Algunas de ellas venían de Italia o de Holanda. Lugares algo alejados de nuestra península aunque no demasiado. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fueron los orígenes de otras frutas que venían de lugares lejanos como Costa Rica, Nueva Zelanda o Chile. Fruta que ha tenido que hacer un largo viaje para abandonar sus latitudes sureñas o tropicales y permitirnos disfrutar en verano de una fruta que se recoge durante el invierno o que no fructifica en nuestro país.
Y uno, como economista se pregunta ¿Tiene sentido que unas manzanas, unos kiwis o unas bananas atraviesen el mundo entero para que comamos de ellas en España en cualquier momento del año? Porque todo esto supone una dotación de medios de transporte impresionante. No solo por los aviones o navíos que traen esos productos desde lugares tan alejados, sino también por las infraestructuras portuarias y aeroportuarias que son necesarias para servir a los transportistas.
Por si todo lo que tenemos que construir para lograr que se de este transporte no fuese suficiente, hay que recordar la contaminación y la alteración de los ecosistemas que suponen este sistema de producción. Estos se dan no solo por el transporte que lleva aparejado una gran emisión de gases a la atmósfera y de basuras al mar, o por la fruta que se estropea o no se consume en destino, sino también por el impacto de los grandes monocultivos que destrozan flora y fauna autóctona y que solamente son rentables con la utilización masiva de productos químicos.
Tal vez sea más lógico que compremos solamente aquello que se produce cerca de nosotros. Si quienes nos comemos la fruta queremos cuidar la creación, una manera de hacerlo es tomando aquellos frutos que se producen cerca de nuestra casa. Así no solo protegemos el medio ambiente y reducimos la necesidad de grandes infraestructuras (gasto público) sino que además potenciamos el empleo local y nacional.