Le he dado en herencia a mi hijo, genéticamente, una de esas características que no hacen la vida más sencilla, sino todo lo contrario.
A la hora de acompañarle para dormir la siesta o para el descanso nocturno es importante no olvidar bajar la persiana hasta el final para impedir el paso de la luz. Si algún rayo travieso se cuela e ilumina apenas las siluetas presentes en la habitación, hay pronosticada una vigilia prematura.
¿Y qué tendrá que ver eso con el Reino de Dios?
Enseguida estamos con eso.
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Acerca de esta característica que compartimos me estaba preguntando yo una de tantas noches que no puedo dormir, asombrándome mentalmente de que, por ejemplo, los dos numeritos verdes del despertador de mi mujer me permitan ver todos los objetos de la habitación.
Las responsables de este hecho son los dos tipos de célula fotorreceptora más conocidos, los conos y los bastones; estas células se encuentran en el interior de nuestros ojos y traducen lo que vemos a estímulos que nuestro cerebro puede entender.
¿Y qué tendrá que ver eso con el Reino de Dios? (bis)
Ya llegamos.
Muchas veces pienso que nuestra Iglesia está malita, que ha contraído varias enfermedades a lo largo de su historia. También se me ocurre que aquellas de las que no ha podido librarse se han enquistado y el tejido cicatrizal ha crecido a su alrededor, dando la falsa impresión de que aquello siempre estuvo ahí.
Una de las enfermedades que la Iglesia padece es una suerte de degeneración macular que afecta al modo en que vemos a Dios, y, por tanto, a la manera en que la comunicamos al mundo.
Las células cono son responsables de la visión central, en color y definida, y las hemos priorizado en la Iglesia. Hemos mirado a nuestro propio ombligo durante siglos, solo atentas a las sutilezas y los matices. Lo burdo, lo periférico, lo que disonaba con respecto del modelo de Iglesia que se dibujaba en nuestra cabeza ha sido apartado, silenciado o excluido; hemos desterrado a los bastones.
Necesitamos más bastones que nunca
Pero se nos olvida que las células bastón no solo dan información periférica y difusa, sino que también son las responsables de que veamos en la oscuridad.
Ahora, en una época incierta –no solo sanitariamente– necesitamos más bastones que nunca. Solo así podremos caminar por la oscuridad de los tiempos sin tropezarnos con todo lo que se interponga en nuestro camino. De otro modo, solo sabremos ir en línea recta siguiendo el trazado que dejamos atrás, sin arriesgar nada pero errando en todo.
Tengamos también presente que los conos y los bastones no son excluyentes entre sí, sino que complementan su información para dibujar una imagen más precisa de la realidad física que existe fuera de nosotras. Así, también en nuestra Iglesia debe existir comunicación entre las personas cono y las personas bastón.
¿Y qué tiene que ver eso con el Reino de Dios? (bis y final)
Pues que debería bastar con que apenas un rayo minúsculo del Reino de Dios se colara por nuestra ventana para despertarnos y sacarnos de un sueño narcotizado.