Desde hace décadas, muchos intelectuales católicos señalan la decadencia del cristianismo en Occidente. Pilar clave para entender nuestra historia y nuestra cultura, la Iglesia representa cada vez menos en la vida diaria de las personas y se encamina hacia una condición de minoría… Con todo, este parecía un paradigma más o menos lejano. Hasta que llegó el coronavirus y, con él, nos hemos encontrado (¡ya!) con las iglesias absolutamente vacías.
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Ante tal coyuntura, el cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo y presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, reconoce a L’Osservatore Romano que la pandemia ha podido “acelerar diez años el proceso de secularización”… Una imagen de desierto y de cuyo simbolismo emergen algunas preguntas: ¿es el fin o un paréntesis para la Iglesia de masas? Sin la posibilidad de llamar a los fieles a grandes encuentros o a acudir juntos a los principales puntos de peregrinación, ¿estamos ante el punto de inflexión para impulsar una Iglesia en la que se cultive la relación personal? Desde el ocaso, ¿puede surgir una oportunidad en positivo?
Papel proactivo
De lo último no duda Yago de la Cierva, experto en comunicación en tiempos de crisis y conocedor desde dentro de la organización de dos Encuentros Mundiales de la Familia (EMF), numerosas canonizaciones y diez Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), siendo clave en la de Madrid 2011. Desde esa doble experiencia, llama a la Iglesia a un papel audaz y proactivo, pues hay que partir de que “el futuro no está escrito”.
Así, señala a “tres agentes principales: la gente, las autoridades públicas y las autoridades de la Iglesia”. Respecto a las administraciones políticas, percibe que “varias optan por la filosofía soviética: empujar hasta encontrar resistencia. Se mueven por revanchismo y juegan con los límites de la libertad religiosa. Algo que se ha visto en esta crisis, cuando en una panadería podían juntarse 10 personas en 40 metros cuadrados, pero no en una iglesia”.
Responsabilidad de la CEE
Sobre la autoridad eclesial, De la Cierva distingue entre otros dos niveles, “el de los obispos y el de la Conferencia Episcopal”. Partiendo de la base de que “cada instancia tiene un papel”, anima a la CEE a que “tome la iniciativa y no relegue en las diócesis muchas cuestiones que, a nivel de sociedad española, afectan a la imagen del conjunto de la Iglesia”. Algo que ha tenido su eco en la pandemia, “donde se ha optado por que cada obispo se las tuviera que ver con las administraciones de turno, en vez de asumir ese papel de liderazgo el órgano colegiado. Alguien tiene que asumir la representación de los católicos en su conjunto”.
Por lo mismo, detecta que “muchos han aprovechado la crisis para empujar y no han encontrado resistencia por parte de la Iglesia. Mientras otros colectivos sí se han movilizado para defender sus intereses legítimos, en la Iglesia española no se ha promovido una negociación con las autoridades, como sí se ha hecho en otros países en la defensa del derecho a ir a misa, ni tampoco se ha utilizado la comunicación para hacer ver lo mucho que se ha hecho en este sentido. Y es que, si bien ha habido una labor solidaria inmensa en la crisis, ha sido desde la base eclesial y, salvo excepciones, sin la guía pública de los obispos. Las negociaciones con las autoridades, o son públicas y se refuerzan con intervenciones en los medios, o no son eficaces. Todas las instituciones lo hacen, salvo la Iglesia”.
Pastores que guíen
Por ello, De la Cierva llama a la autoridad eclesial a apostar realmente “por una negociación directa y pública con los gobiernos, sean del signo que sean, y por una comunicación que persuada a la sociedad. Si no se plantea resistencia a ciertos aires liberticidas, el futuro es muy comprometido”. “Necesitamos –reclama– una voz que defienda la necesidad de los capellanes militares u hospitalarios o la alternativa de la educación religiosa en la escuela pública para las familias que lo deseen. Pero, desgraciadamente, los obispos españoles callan más que los de otros países y eso frena a muchos laicos que temen quedar como extremistas si van más allá de sus propios pastores”. De ahí que anime a afrontar la pandemia como “una ocasión para revertir ese problema de liderazgo, que no es de ahora, y a marcar el camino. Este es el momento para que los pastores levanten una bandera y nos guíen”.
El autor del libro ‘Megaeventos de la Iglesia católica’, un manual en el que da buena cuenta de los “aciertos y fracasos” en la organización de varias JMJ, EMF y canonizaciones, también reflexiona sobre “la intuición de llamar a las masas que tuvo Juan Pablo II”. Un modelo que entonces dejó muchos frutos, aunque, a su juicio, ante el contexto cambiante, habría que reorientar: “Ante eventos así, se van muchas fuerzas en lo logístico y a veces perdemos de vista lo esencial: que sea un momento para rezar con todas tus fuerzas”.
Eventos híbridos
De ahí que De la Cierva defienda el modelo de eventos híbridos que planteó a los organizadores de la última JMJ, la de Panamá. Una propuesta “que contó con el visto bueno del Papa, pero que al final no se llegó a implementar”. En este sentido, la idea es “que haya una sede central, pero que se integre a los que están fuera, para que sean participantes y no espectadores”. ¿Cómo? “Aprovechando lo on-line para que actúen en distintos actos (como la vigilia del sábado o el viacrucis) grupos que están en su propio país o movilizando a diez sedes que hayan acogido en su día la JMJ para que se celebre en ellas el encuentro de un modo simultáneo, teniendo sus momentos propios (como la adoración eucarística o las catequesis) durante cuatro días y contando con conexiones en directo con la sede central. De este modo, se fomentaría el compromiso de muchos más jóvenes y en muchos más sitios, cediendo la logística espacio a lo esencial: la experiencia de fe”.
Y es que “la pandemia nos ha demostrado que este nuevo modo de hacer las cosas funciona. Vamos hacia allí, y no solo en los eventos, sino en la vida ordinaria de fe. El coronavirus ha borrado los límites espacio-temporales y, gracias a la tecnología, uno puede recibir una buena catequesis o un curso de formación desde su casa. Hemos de reorganizarnos y ser conscientes de que se puede hacer mucho y bien desde la distancia”.