“¡Esto es inmoral!”, me decía un compañero ayer mismo comentando la noticias deportivas de estos días en torno a los 700 millones de la cláusula de de Messi. Soy de esa gente a quienes nos gusta el fútbol (¡con perdón!). Pues sí. Soy de esos. Y lo que hoy me interesa subrayar es que con este y otros salarios, primas, beneficios, etc. por un montón de millones de euros, el tema del fútbol –y de otros deportes– ha derivado a una cuestión preferentemente económica y moral. Y que para no terminar olvidando lo que hay detrás de negocio y especulación hay que descubrirle su alma si queremos disfrutar pasiva o activamente de él.
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Estos días he estado viendo partidos de fútbol en la tele. Con estadios sin público. Extrañaba esa multitud que se agitaba como un bosque movido por huracanes o con gritos de banda a banda o de fondo a fondo. Moviéndose, movilizándose y organizándose no sé si tanto por el gusto de ver rodar el balón con precisión gracias a la genialidad y el trabajo individual y/o grupal o por la necesidad de aglutinarse en una identidad colectiva que a veces responde a la necesidad de dar valor a existencias rutinarias. Y no pocas veces para asumir identidades excluyentes. O donde desahogar pasiones, afirmar las discrepancias, resolver así las ganas de juntarse con otros (en estos tiempos tan difíciles que tanto lo añoran), etc.
Pensaba entonces que quizás la pelota nació con una piedra rodando o con la vejiga hinchada de una presa abatida. Y que ahora se hace protagonista cuando se coloca al comienzo del partido en una especie de pedestal permanente que solemnemente recoge el arbitro al comienzo de la función. O se convierte en protagonista cuasi religioso cuyo icono anuncia no tanto buenas noticias cuanto tal marca publicitaria, tal o cual modelo, etc. según sea el evento y la repercusión que produce.
La pelota no la inventó un adulto
Pero resulta que la pelota no la inventó un adulto como los otros inventos. Olvidándose de que seguramente fueron los niños –lo más creativo que hay sobre la tierra– los que la inventaron. Como inventaron los bebés, la palabra “mamá o papá” al juntar los labios. Yo creo que fueron los menores en su necesidad de juntarse con sus iguales, de correr, de perseguir algo (¡lo que sea!) los que iniciaron la cosa. Después vinieron los adultos. Y la utilidad de la misma para que la gente celebrara algo. Para el divertimento, para la necesidad del desahogo. Luego llegó –dicen que fueron los ingleses– el futbol organizado. Y el negocio de lo que algunos ya dicen “fútbol sin alma”. Y no solo por la pesadez del VAR y los anuncios. Sobre todo los peligrosos anuncios de apuestas asociados a ellos, que dice –¡dicen!– que iban a desaparecer.
Y como me gusta el fútbol, pensaba –para olvidarme de los 700 millones que Messi tiene que pagar si quiere seguir deleitando con su juego– lo que me está gustando el juego de la reciente perla guineano-andaluza-catalono-española llamada Ansu Fati. Hasta que le mareen los números de sus contratos. Su padre tuvo que pelear duro desde su origen africano para llegar a Europa, asentarse en Portugal y terminar en Andalucía. Y de ahí… al Barcelona y a la Selección Española.
Pocos criticarán a Ansu Fati por su identidad migratoria. Y pocos criticarán las nacionalizaciones oportunistas de los inmigrantes con talento deportivo, sea en el fútbol, en el atletismo o en cualquier otro juego, deporte o espectáculo. Como pocos criticarán el origen migratorio de Iñaki Williams, el del Athletic de Bilbao, cuya madre saltó embarazada la valla de Melilla y sin olvidarnos que uno de sus primeros hogares fue el de un piso de Cáritas. Y que “debe” su nombre al agradecimiento que su familia le demostró al claretiano Iñaki Mardones, según recogió Vida Nueva en su momento. Este religioso fue un hombre clave en la historia de la familia Williams, quien en 1994, cuando los padres de Iñaki llegaron a Bilbao tanto les arropó y les ayudó que en agradecimiento pusieron el mismo nombre a su hijo.
No creo que la historia de estos “menores” migrantes (a Ansu Fati por su origen emigrante alguien le llamó “el rey de los Menas”) estén ayudando demasiado a desmontar los prejuicios migratorios de muchos recalcitrantes, simplistas y populistas ante el fenómeno migratorio. Y que despachan con soluciones simplistas olvidando la complejidad de dicho fenómeno.
Pero hoy me quedo con el hecho de que al menos estos chavales lograron seguir manteniéndome la afición al fútbol al descubrir una gotas de fútbol con “alma” y no solo futbol-negocio. O emigrantes en cuerpo y alma y no solo posibles contratados.
Viendo jugar a Ansu Fati e Iñaki Williams, “los recientes “menas” del fútbol, a quienes nadie acosa sino que todos bendicen, me convenzo de que la pelota la inventaron para huir de otros sufrimientos niños como estos. Y la destrozaron los adultos y el dinero.