(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)
Las estadísticas hablan. La reciente visita del Papa a Lourdes ha puesto de manifiesto la renovada fuerza del santuario en un país con un acusado descenso en la asistencia a la misa dominical. Con hondas raíces bíblicas y en la historia de la espiritualidad, el santuario recupera actualidad y protagonismo pastoral. En Santiago de Compostela se celebra estos días un congreso sobre la peregrinación, “parábola de la vida”, coordinado por Josep Enric Parellada, responsable de Peregrinaciones en la CEE. Un dato curioso. Mientras se vacían los templos parroquiales, los santuarios se llenan, aumentando el número de peregrinos. Un fenómeno interesante que, lejos de alarmar, nos hace pensar. El templo parroquial es el espacio privilegiado para la comunidad que cada semana celebra la Eucaristía, escuchando juntos la Palabra y comprometiéndose en el amor. Esta permanencia es importante y los templos parroquiales no deben cejar en el empeño de convertirse en ese símbolo de la acogida y acompañamiento permanente en los grandes momentos de la vida, y en la vida doméstica de cada día. El santuario y la cita esporádica, con tintes atávicos a veces, también cumple su misión, atrayendo a quienes se acercan con sincero corazón, con cierta dosis de anonimato, escuchando la voz interna que les llama a encontrarse con el Misterio. Los santuarios van cubriendo estas demandas con seriedad y buen juicio. A las parroquias les toca después hacer el seguimiento del impacto que se tuvo en el santuario. La acogida, la escucha, la palabra oportuna, el silencio, la oración, el compromiso y la experiencia de Dios no pueden faltar ni en santuarios ni en parroquias.
Publicado en el nº 2.628 de Vida Nueva (Del 20 al 26 de septiembre de 2008).