El pasado 11 de septiembre, el diario El Mundo –como casi todos los medios– daba cuenta de la presentación de la Macroencuesta sobre Violencia contra la Mujer 2019, patrocinada por el Ministerio de Igualdad. Lo más llamativo fueron los titulares de prensa: “Una de cada dos mujeres de 16 años o más ha sufrido violencia machista”. La “explicación” a esta alarmante estadística se encuentra en el modo de entender qué es violencia sexual. Decía el diario que esa violencia “engloba en la categoría de acoso sexual ‘una serie de comportamientos no deseados y con una connotación sexual’, como son las miradas insistentes o lascivas; el contacto físico no deseado; el exhibicionismo; el envío de imágenes o fotos sexualmente explícitas que le hayan hecho sentirse ofendida, humillada o intimidada a la mujer; bromas sexuales o comentarios ofensivos sobre su cuerpo o su vida privada; insinuaciones inapropiadas, humillantes, intimidatorias u ofensivas en las redes sociales o correos electrónicos, mensajes de WhatsApp o mensajes de texto sexualmente explícitos inapropiados que le hayan hecho sentir ofendida, humillada o intimidada, entre otras cosas”.
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Miradas lascivas
Naturalmente, la mención de las “miradas lascivas” recordaba aquello del evangelio: “Todo el que mira a una mujer deseándola ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,28). ¿Significa eso que el ministerio de Igualdad se ha convertido al Evangelio de Jesús? Lo cierto es que estamos ante dos realidades distintas. La macroencuesta del Ministerio tiene como finalidad ir creando una determinada visión de la sociedad. Visión que, posteriormente, podrá plasmarse en el código penal correspondiente.
El evangelio, en cambio, se sitúa en otro plano distinto, como muestra la continuación de la cita evangélica: “Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la ‘gehenna’. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la ‘gehena’” (5,29-30).
El evangelio no es el mundo de la sociología ni, mucho menos, el del derecho, sino el de la sabiduría y la moral, donde las exageraciones caben como recurso pedagógico.