Las religiosas y religiosos hemos encarnado desde nuestros orígenes la dimensión educativa de la Iglesia, y no me refiero solo a los orígenes de cada una de nuestras congregaciones, lo somos desde las enseñanzas de los padres del desierto, los claustros monásticos embebidos de cultura, las escuelas claustrales y de las órdenes mendicantes, el arte promovido como espacio de aprendizaje universal, la interpretación evangélica desde finales el siglo XVIII de los derechos humanos y ciudadanos para acercar la educación a todas las clases y estratos sociales, preferencialmente a los más vulnerables…
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El carisma educativo de no pocos institutos ennoblece la misión de la Iglesia, y para aquellos otros institutos que han incorporado la educación como misión, ha supuesto el enriquecimiento de la misma desde su propio carisma. Es la experiencia de mi familia, de cómo trinitarias y trinitarios aportamos a nuestra misión educativa los rasgos redentores de nuestro carisma y promovemos una espiritualidad de la liberación en todos los que forman parte de la comunidad educativa.
Ahora, sin embargo, nuestra mayor preocupación es cómo dar continuidad a nuestros carismas volcados en la educación, cómo acompañar desde nuestra disminución las opciones de misión de los colegios, sentirnos nuestros aunque la presencia de religiosas y religiosos escasee, reformular la misión compartida, ideada para otros tiempos y otros modos.
Nos resistimos a rendirnos, con algo de esfuerzo empezamos a reconocer que el carisma, que hemos hecho bandera de nuestras obras y opciones preferenciales, no solo no nos pertenece sino que rebrota en personas que no han hecho nuestros votos pero se identifican con la misión. Tenemos pendiente incorporar espacios abiertos al encuentro y a la pluralidad congregacional.
Educar en la espiritualidad
Es una llamada para educar en la espiritualidad. No consiste en que recen con nosotros o en publicar más biografías de los fundadores. La espiritualidad a educar es la que salva de los principios generalizadores y adentra en la trascendencia, la que ayuda a comprender el carisma y encarnarlo con plenitud de sentido en el espacio y el tiempo que nos corresponde vivir, y que ya no es el de quienes iniciaron el camino que seguimos, tampoco el de nuestro propio camino cuando dimos los primeros pasos como consagrados.
Educar en la espiritualidad es educar en la incertidumbre, y por eso mismo es educar en la belleza, acompasar la presencia misionera desde la horizontalidad, más aún, desde la circularidad, y acompañar en las preguntas evitando la tentación de regalar respuestas construidas por la tradición.
Este reto de ser educadores de espiritualidad no puede quedarse en compromisos personales, requiere de nuestras congregaciones una reflexión y un compromiso institucional, para que nos adentremos en la identificación con el desde dónde lo hacemos y con el cómo lo hacemos. Ya no es el tiempo de las biografías, estamos en el tiempo de los biogramas. Hagámoslo parte de nuestro relato carismático como educadores de espiritualidad..