El abortismo sigue fundamentada en una ideología antigua basada en el poder absoluto del individuo, contraria al nuevo paradigma ecológico de los cuidados. La Sociedad de los Cuidados reconoce el rostro del otro incluso en sus situaciones más frágiles, mientras que el abortismo renuncia a ver el rostro del ser humano en gestación ni le reconoce su condición humana. Pensar desde los cuidados lleva a que no sea el Ego el centro de todo, sino que piensa desde la vida digna. Por el contrario, la proclamación del aborto como derecho es una reivindicación del YO como única medida de todo el universo.
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Vivir desde los cuidados implica poner precaución y prudencia allí donde antes se explotaba y arriesgaba la vida de los humanos y seres vivos. En cambio, el abortismo niega cualquier cautela ante la posibilidad de que el ser que se gesta ya sea humano. Si la Sociedad de los Cuidados apuesta por un pensamiento cada vez más complejo e integral, el abortismo frivoliza, superficializa, fundamentaliza, se niega a pensar. El aborto no es derecho a elegir, sino poder de prevalecer.
Contra la filosofía de la persona relacional, el aborto refuerza la vieja doctrina del superego que ha provocado la precarización laboral, el debilitamiento de las comunidades humanas y la destrucción medioambiental. El abortismo es una praxis ultraindividualista que ha sido abrazada acríticamente y es incoherente con quien quiere defender ecológicamente la vida humana en toda su diversidad. Es el peor edadismo que existe, la peor exclusión por razón de edad. El feticidio es la peor lacra que queda de las ideologías de la muerte del siglo XX. Si el mundo sigue profundizando en el paradigma ecológico de los cuidados, algún día lloraremos las millones de víctimas que nunca pudieron siquiera ver la luz ni darnos su luz.