Mujer de la alta aristocracia, hija de Birg Petersson, gobernador de Uppland, Brígida de Suecia, estuvo casada, madre de ocho hijos, viuda, peregrina, fundadora, mística y profeta. Estamos en presencia de una fuerte personalidad carismática que la dimensión religiosa, íntimamente ligada a la vocación política, la ha hecho figura singular no solo en la sociedad del siglo XIV, sino también en la Iglesia de hoy que la reconoce como copatrona de Europa desde 1999.
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El primer aspecto que caracteriza la vida de Brígida es la experiencia de la peregrinación: hija y nieta de peregrinos apasionados, nació durante un viaje aventurero de su madre al santuario Cell Dara en Irlanda. Con su marido Ulf Gudmarsson solía ir a los santuarios llegando incluso a Santiago de Compostela; ya de viuda emprende una larga peregrinación por Europa con motivo del Jubileo de 1350.
Desde Suecia, pasando por Alemania y Suiza, llega a Milán para honrar la tumba de San Ambrosio; luego va a Pavía para venerar las reliquias de San Agustín y desde Génova se embarca para Ostia hacia Roma. Aquí permaneció unos años, dedicándose al cuidado de los pobres en una ciudad desolada “que se ha convertido en un reino de escándalo” por la ausencia del Papa que se ha trasladado a Aviñón.
En la primavera de 1364 inició un viaje por el centro y sur de Italia para visitar los principales santuarios y tumbas de los santos: Asís (San Francisco), Ortona (Santo Tomás), Monte Sant’Angelo (Arcángel Gabriel), Bari (San Nicolás), Benevento (San Bartolomeo), Salerno (San Mateo), Amalfi (San Andrés) son los destinos de su peregrinación que finaliza en Tierra Santa, donde permanece entre 1371 y 1373. De Jerusalén regresó a Roma donde murió en julio del mismo año.
Durante las peregrinaciones en el sur de Italia, se detiene tres veces en Nápoles, aprovechando la oportunidad para recordar a la reina Juana y al obispo Bernardo sus roles de gobierno: un comportamiento moral correcto, la defensa justa de los pobres, el rechazo a la práctica del aborto y sobre todo, la eliminación de la trata de esclavos, siendo ella consciente del compromiso de su padre que había abolido la esclavitud en Suecia: “Dios ama a todos, los creó a todos y los redimió a todos”.
El sentido de la justicia es fundamental en la vida de Brígida. En 1335, a la edad de treinta años, el rey Magnus II la llamó a Estocolmo como maestra de corte para la familia real. Aquí ofrece indicaciones espirituales a los soberanos y también interviene en asuntos de administración económica y jurídica, prestando atención a los sectores más frágiles de la sociedad gracias a las enseñanzas paternas y a las sugerencias del culto maestro Mattias de Linköping.
Éste, experto en Sagrada Escritura y teólogo sensible, se convierte en su confesor conduciéndola a una meditación constante de la Biblia y a un conocimiento de las cuestiones religiosas y políticas de la época, preparándola así para su futura misión.
El texto sagrado es fundamental en el camino de fe de Brígida: a ella se debe la primera traducción de la Biblia al sueco, ofrecida como regalo de bodas al rey Magnus II y su esposa Blanche. La Escritura, leída, meditada y contemplada, constituye la lente a través de la cual interpreta todos los aspectos de la Iglesia y la sociedad, sometidos a la “palabra viva” de Dios.
Elegida para renovar Europa
El otro elemento que caracteriza la vida de Brígida es su experiencia capaz de conjugar mística y política: es decir, el estrecho vínculo entre experiencias contemplativas, vocación profética y compromiso político-pastoral que le permiten mirar la sociedad cristiana en su totalidad. Por eso puede ser considerada paladina de la reforma en la Iglesia cuando, recibiendo las Revelaciones, se siente elegida por Jesús como mensajera en Europa de un amplio proyecto de renovación.
La primera tarea es llamar al Papa de su exilio francés para que vuelva a Roma para devolver a la ciudad su centralidad en la vida cristiana y repensar su papel pastoral. Esto debe ser más acorde con una dimensión espiritual y evangélica y libre de la red del poder.
La atención de Brígida no se limita solo a los vértices eclesiásticos, a menudo corruptos, sino que se dirige a todos los creyentes, iguales ante Dios porque están bautizados, superando así la jerarquía tradicional de estados de perfección que colocaba en primer lugar la elección virginal. Para la santa sueca no solo el matrimonio “no está excluido del cielo”, sino que debe entenderse como una experiencia fundamental de la vida cristiana.
Su ser mujer, laica, esposa y madre se convierte en una perspectiva que le permite reevaluar la condición laical y subrayar cómo las personas deben ser juzgadas por la obediencia a la voluntad divina y la fidelidad al Evangelio y no por su estado de vida (vírgenes, viudas o casadas; laicas o consagradas).
Santa mariana
Estas intervenciones suyas fueron el fruto de un estrecho diálogo con la Virgen que constituyó para ella una guía y un punto de referencia continuo, hasta el punto de que puede definirse como una santa mariana. María es la protagonista de la obra de reforma que la santa sueca está llamada a realizar. Es ella quien les dice que escriban a los papas Urbano V y Gregorio XI para que vuelvan a Roma. Es ella la asesora política en sus relaciones con el arzobispo de Nápoles, la reina Juana y la reina Leonor de Chipre.
Es María quien se le aparece a Brígida, durante su estancia en Alvastra, para investirla de una misión profética en la Iglesia: la fundación en su honor de un monasterio doble (femenino y masculino) para la conversión de los cristianos. Así nació la Orden del Santo Salvador, una comunidad religiosa doble que prevé la presencia de trece monjes (el número de apóstoles, incluido San Pablo), cuatro diáconos (en honor de los Padres de la Iglesia indivisa), ocho hermanos laicos y sesenta religiosas (que simbolizaba a los 72 discípulos), todos empleados por una mujer, la abadesa, que representa a María, caput et domina del monasterio.
El modelo que inspiró a Brígida en la planificación de esta comunidad dirigida por mujeres es el de la Iglesia primitiva reunida en Pentecostés: la Madre de Jesús es también la madre de los discípulos y de la Iglesia naciente. La abadesa la representa reconociendo la autoridad; puede exponer el pan consagrado y, a imitación de la hegemonía celestial de la Virgen, como cabeza y reina de los apóstoles y discípulos de Cristo, debe gobernar sobre todos, clérigos y laicos, hombres y mujeres.
Dimensión femenina
Con Brígida, el principio mariano está teñido de autoridad indiscutible para las mujeres, pero, aunque en 1370 el Papa Urbano V aprobó la Orden, el gobierno femenino nunca se realizó del todo porque las dos comunidades se ven obligadas a vivir separadas. Es importante que fuera la primera mujer en diseñar una orden monástica unificada doble, con presbíteros, diáconos, hermanos laicos y monjas, todos sujetos al poder de la abadesa.
Las revelaciones de las que hablábamos, recogidas en ocho volúmenes, consagran a la santa sueca como una de las místicas más representativas de la tradición cristiana. Gracias a sus visiones ha introducido algunos particulares en el pasaje de la natividad (María y José de rodillas a los lados del niño) que han influido profundamente en la iconografía, prueba del intercambio mutuo entre la experiencia mística y el mundo de las imágenes.
Entre los aspectos de esta figura extraordinaria podemos destacar la importancia que da a la dimensión mariana y femenina en el cristianismo, indispensable para la reforma de la Iglesia e inspiradora de un nuevo lenguaje teológico.
Birgitta Birgersdotter
- Nacimiento: Finsta, en 1303
- Muerte: Roma 23 de julio de 1373
- Venerada por Iglesia católica y luteranos
- Beatificación: Roma, 29 de abril de 1923 por el Papa Pío XI
- Canonización 7 de octubre de 1391 por Bonifacio IX
- Solemnidad: el 23 de julio
- Patrona de Suecia, copatrona de Europa
*Artículo original publicado en el número de septiembre de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva