Hace unos días, en un portal denominado católicos on line, tuve la oportunidad de leer un artículo de un historiador italiano, Roberto Pertici, quien hacía referencia a sus grandes esperanzas en los trabajos conciliares y su conclusión. En su reflexión, aludía a los papas Juan XXIII y Pablo VI, pues estos siempre creyeron que la Iglesia debía irradiar una actitud “dialogante” con el mundo. En efecto, la búsqueda del encuentro con el mundo y el rostro de una Iglesia que se mostraba más “madre” que “maestra”, y que exhortaba sin condenar, no excluía a nadie, iba a permitir que el mundo contemporáneo habría de volver a dirigirse hacia ella, confiado y benévolo. Además, este historiador plantea que después de sesenta años no es difícil constatar que las cosas han llegado a ser muy diferentes.
- DOCUMENTO: Texto íntegro de la encíclica ‘Fratelli Tutti’ del papa Francisco (PDF)
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Precisamente desde la irrupción del propio Concilio comenzó un proceso de descristianización de las sociedades occidentales, especialmente europeas, que las transformó en sociedades pos-cristianas. El problema es complejo y argumenta que en aquella época se esperaba una gran primavera, pero lastimosamente no ocurrió. Supuestamente, terminado el Concilio se había apostado por el diálogo en todas sus manifestaciones. De hecho, la Iglesia debía “convivir” con las ideologías del momento como el liberalismo y el marxismo. Pero cayó en ciertos errores que no ayudaron al buen “diálogo” como, por ejemplo: dejó de hablar de la Vida eterna y de la resurrección como también de la cuestión del premio y el castigo. Fue así como las fuerzas ideológicas del momento trajeron como consecuencia la posmodernidad, que se diferenciaba de las dos ideologías anteriores, pues esta no tenía ningún interés de dialogar ni hablar sobre la razón o la verdad, ya que su pensamiento estaba basado en el relativismo. Agrega, el historiador que este “dejar de hablar de la vida eterna o los novísimos”, produjo una gran crisis del siglo XX en la Iglesia, porque muchos se sintieron engañados, terminaron perdiendo su fe y hubo como una especie de apostasía. Ante esta situación los dos papas conciliares Juan Pablo II y Benedicto XVI decidieron que había que frenar esta revolución permanente y lo que realmente se podía salvar era “el verdadero espíritu del Concilio”.
Termina su artículo Pertici diciendo que: “No ve futuro en ese diálogo, porque por un lado se ha producido una reacción conservadora que, ha traído como consecuencia una sarta de fanáticos fervientes en medio de una multitud de incrédulos. Es decir, o estás en la revolución permanente posconciliar en contra del espíritu del Concilio o te conviertes en un fanático ferviente”.
¿Cómo cuesta dialogar? Tanto al interno de nuestra Iglesia como al externo o con el mundo. Sobre todo, si semanas atrás, cuarenta ocho parlamentarios europeos han firmado una carta donde piden que la libertad de opinión y la libertad religiosa estén supeditadas a aceptar el aborto y la ideología de género. Argumentan que nadie debe opinar en contra del aborto y la ideología de género, porque coarta e impide la libertad de las personas. Francamente una ¡tremenda contradicción! A su vez, en la Congregación del Clero, no aceptaron aquella iniciativa que planteaban algunos laicos con relación a la posibilidad de que estos organicen y coordinen el funcionamiento de las parroquias con el título de “párrocos”.
El aporte de Fratelli Tutti
La verdad que estas realidades nos llevan a discernir y profundizar que, en aras del buen diálogo, la Iglesia no obtiene los consensos ni menos la acogida del mundo creyente y no creyente. Sin embargo, en el horizonte actual ha surgido otra esperanza que quizás pueda fortalecer este “diálogo” y produzca una ansiada comunión entre la Iglesia y el mundo con la encíclica del papa Francisco, Fratelli Tutti. Pues, en el documento, el Papa ha despertado el interés de algunos y la indiferencia o incomodidad de otros. Si bien la Encíclica no dice a quienes va dirigida, pero se desprende en su capítulo VI, que la fraternidad universal sea algo aceptable por todos, creyentes o no. Además, el Papa señala que, si no nos ponemos de acuerdo en ciertas leyes morales, ─otra vez, “el diálogo” ─, entonces ningún parlamento está en condiciones de proponer o eliminar leyes. Porque pareciera ser que siempre priman los intereses políticos, económicos y sociales o nacionales por sobre el Bien común. Es necesario llegar a consensos y normas de comportamiento que regulen la sociedad. Por eso, el Papa renuncia a los argumentos teológicos y escoge una línea argumentativa más racional para hablar en un lenguaje más universal. Lógicamente que esto puede ser un riesgo porque a más de algún católico le resultará insuficiente la argumentación. Pero, el Papa quiere tener una base de diálogo con el mundo no creyente. Por eso que para algunos esta encíclica ha sido muy poco motivadora. No obstante, los masones creen, por ejemplo, que la encíclica viene a darles la razón a ellos porque es una aproximación a sus tesis acerca de la fraternidad universal, cosas que para el mundo católico es conocida, puesto que “el hermano sol y la hermana luna”, ya lo había anunciado san Francisco al afirmar la existencia del creador en la propia naturaleza.
Si bien el Papa no queriendo renunciar a la capacidad de diálogo con las ideologías, no deja de ser polémico y hace una condena explícita del populismo y del neoliberalismo ideológico y económico. Es así como uno de sus temas más controvertidos o polémicos abarca el tópico de los “Populismos y liberalismos”, el Papa se aleja de ambas corrientes señalando que “el desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”. En ambos casos, se advierte la dificultad para pensar un mundo más transversal, que incorpore a los más débiles y que respete la diversidad de culturas. Además, establece una variación entre “popular” ─ “populista” y lamenta que este último término se haya convertido en una de las polaridades de una sociedad dividida y que catalogue a todas las personas, agrupaciones, sociedades y gobiernos como populista o no populista.
Diálogo real
Asimismo, critica a las visiones liberales individualistas que suelen rechazar la categoría de “pueblo”, porque consideran a la sociedad como un cúmulo de intereses que coexisten. Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. Agrega que, en ciertos contextos, es común tildar de populistas a los que defienden los derechos de los más débiles. Para estas visiones, la categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, enfatiza, ya que ni la idea de pueblo ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas que excluyan o desprecien la organización social, la ciencia y las instituciones de la sociedad civil. Por eso explica que, Reino de Dios es una categoría que abarca todo: “las instituciones, el derecho, la técnica, la experiencia, los aportes profesionales, el análisis científico, los procedimientos administrativos”. Y reafirma estos conceptos con palabras de Paul Ricoeur: “No hay de hecho vida privada si no es protegida por un orden público, un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo la tutela de la legalidad, de un estado de tranquilidad fundado en la ley y en la fuerza y con la condición de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía política”.
Sin duda, que, en aras de promulgar un diálogo honesto y empático con estas realidades, el Papa, en su última encíclica quiere sentar las bases de una ética moral universal. Hoy se dice que el “diálogo” está siendo sacrificado, porque al dar la posibilidad de que se materialice, muchos han visto una debilidad de parte de la Iglesia. Es cierto que hemos dialogado como Iglesia, pero los resultados no han sido los mejores. La constante pugna entre tener una actitud conservadora versus progresista, derecha versus izquierda, los poderosos versus los débiles, ha llevado a consecuencias en que el “diálogo” se ha visto afectado. Por supuesto que se debe dialogar, pero no se puede hacerlo siempre con el discurso políticamente correcto. Si el mundo creyente cree lo que dice el Papa, en Fratelli Tutti, y aprecia todo lo positivo que esta posee entonces estamos en un hito de la historia donde es posible vislumbrar un diálogo real con el mundo. Así como lo creyeron algunos, cuando años después del Concilio Vaticano II, intentaron rescatar su verdadero espíritu; o bien ponernos en la vereda de los que miran con desdén, desconfianza y desesperanza a la propia Iglesia y su última encíclica.