No creo estar descubriéndole a nadie el Mediterráneo si digo que nuestros discursos y nuestras decisiones no suelen ir siempre de la mano, especialmente cuando la situación se pone complicada y entran en conflicto realidades que nos importan. Quiero pensar que es esto lo que le ha pasado a los responsables de Granada cuando, como medida contra el Covid-19 y el elevado número de contagios de las últimas semanas, han decidido cerrar las aulas de todos los centros universitarios y controlar los colegios mayores, mientras, por otro lado, no se ha tomado ningún tipo de decisión restrictiva en relación al ocio nocturno. Mientras los protocolos de prevención están muy controlados en las aulas y en residencias de estudiantes, lo dudo más cuando los jóvenes se toman un par de cañas.
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Obligados a elegir
Quiero pensar que, más que infravalorar el valor de la educación universitaria, ha preferido primar la economía de la ciudad, por más que esto suponga poca efectividad para atajar el problema sanitario. Prefiero considerar que a quienes están detrás de esta decisión les pasa como a todos en algunas ocasiones. Y es que, ante un conflicto de intereses, nos delatamos a nosotros mismos. Podemos hacer grandes e importantes discursos sobre la importancia de una formación sólida que construya a personas con criterios propios, pero si tenemos que ponerla en la balanza con los ingresos que aporta la noche, todo se relativiza. Y esto es solo un ejemplo de cómo se nos ve el plumero cuando nos vemos obligados a elegir entre dos valores en conflicto.
Por más que argumentemos o intentemos justificar las elecciones del modo más razonable, estas siempre ponen sobre la mesa cuál es nuestra verdadera escala de valores. ¿Cuál es nuestra opción cuando entran en conflicto, por ejemplo, nuestra integridad y llegar a fin de mes, ser nosotros mismos y la necesidad de ser aceptados por quienes nos importan, decir lo que se piensa y entrar en confrontación con la autoridad…? Resultará una perogrullada, pero aquello por lo que somos capaces de renunciar a algo importante es, en realidad, lo que resulta más valioso para nosotros. Quizá esta sea una de las claves del Evangelio, porque elegir amar por encima de todo siempre resulta una ganancia, por más que tenga apariencia de perder la propia vida (cf. Mc 8,35).