Su nombre es Samba. Me refiero a la congoleña Samba Martine, quien murió hace nueve años después de casi 40 días encerrada en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche (Madrid). Y para cuya familia, el Ministerio de la Presidencia ha resuelto favorablemente su demanda de responsabilidad patrimonial.
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Samba quería reunirse con su hija pequeña en Francia. Había llegado a Melilla en agosto de 2011 y entró en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, hasta que el 12 de noviembre –por una de las muchas sobreocupaciones del CETI– la trasladaron, a pesar de estar enferma, a Aluche como paso previo a su expulsión. Allí, gravemente enferma, estuvo privada de libertad un mes, sin la adecuada atención médica, entre otras causas por la descoordinación entre administraciones respecto a los migrantes, como por desgracia está sucediendo ahora en las sufridas islas Canarias con los migrantes que parecen estar en “tierra de nadie”. Del CIE de Aluche salió para morir en el hospital el 19 de diciembre. Encerrada sin delito, murió enferma sin atención, invisibilizada y casi como un número. Exactamente el 3.106.
Una noticia reparadora
La noticia “reparadora” del apoyo patrimonial para la familia que el Estado asume ha sido el fruto de la lucha de muchas entidades sociales que han apoyado la causa para procurar mantener viva la memoria de Samba, entre las cuales se encuentra el Servicio Jesuita de Migraciones. Las entidades sociales que han luchado por que se haga justicia para Samba han criticado duramente la gestión de esta tragedia y que “nueve años después de su muerte, sigue sin existir un protocolo que garantice la correcta derivación de la información médica entre los CIE y los CETI.
Samba, gracias a esta mucha y buena gente, pasó de la invisibilidad a la visibilidad necesaria –como el pan de cada día– para que ante estos empobrecidos su derecho no se detenga a la puertas de los CIE como se formulaba allá en 2012 (¡Gracias Cristina Manzanedo!).
Todo esto me llevó en estas fechas a la relectura de un libro de Juan Diego Botto resumen de varios monólogos de una obra de teatro previa sobre exiliados y migrantes. El autor va detallando una especie de peregrinación o viaje que va de la realidad a la ficción, y vuelve a la realidad… Los juicios a los militares torturadores de la dictadura argentina y la muerte de la migrante Samba. Su titulo es significativo: ‘Invisibles’. Es de 2014. Así contribuyó a visibilizar y poner letras, nombre, gestos, palabras y voz, entre otros sufrientes, a Samba. Su relectura me inclinó de nuevo –removiendo mi propio corazón– a sintonizar con el impulso rebelde al que nos debe llevar la compasión por las víctimas. Y de esta a la indignación. Y de la indignación al compromiso. Cada uno como pueda y sepa.
Al hilo de la lectura del libro y del recuerdo de Samba, me imaginaba muchas veces a algunas de las miles de preguntas de ella, mujer, seropositiva no atendida, encerrada sin delito, madre, migrante…
Quizás antes de partir preguntaría si alguien sabia de sus sueños como recogí hace años de la poetisa peruana Mariana Llano:
¿Oyes lo que me canta
el pájaro del viento en su dolor,
cuando intento
columpiarme en sus fuegos
y partir hacia donde
nadie me espera, porque nada tengo ?
O las que se hiciera en el dolor de su encierro en el CETI y en el CIE (Aprovecho para decir de nuevo ¡CIES NO!):
¿Alguien conoce mi nombre,
las voces de mis dioses,
mis oraciones,
el sueño que me persigue en olas
hacia el mar ?
¿ Alguien sabe de mí en este mundo?
¿ Alguien me oyó cantar ?
¿ Alguien me vio llorar ?
O como dice Juan Diego Botto en el libro citado refiriéndose a Samba: “Tienes derecho a vivir, tienes derecho a la risa, y al amor, y a bailar, tienes derecho al pan pero también a las rosas”.
El manifiesto final de protesta de la entidades sociales a propósito esta muerte y por el cierre de los CIE termina diciendo: “La muerte de Samba no fue un trágico accidente, sino consecuencia de una política migratoria que excluye, expulsa y convierte las fronteras en cementerios”.
Pero aunque se pretendan invisibilizar delitos y personas, no olvidemos que a las políticas, a las expulsiones, a las fronteras y a las tumbas de los cementerios hay que ponerles su nombre.
En este caso lo sabemos: Samba es su nombre.