El último consistorio para la creación de nuevos cardenales celebrado por Francisco (28 y 29 de noviembre) ha tenido características muy singulares y, en cierto modo, puede ser calificado como el más anómalo de los siete del pontificado de Jorge Mario Bergoglio.
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Inédito porque, a causa de las restricciones motivadas por la pandemia, de los 13 neopurpurados, dos no pudieron estar presentes en la ceremonia de la entrega del capelo, el anillo y el título de la iglesia romana de la que desde ahora son titulares. Se trata del obispo titular de Puzia di Numidia y vicario apostólico de Brunei, Cornelius Sim, y del arzobispo filipino de Cápiz, José Advíncula. Ambos pudieron “asistir” al rito gracias a una conexión telemática con la Basílica de San Pedro. Recibirán los símbolos de su nueva dignidad en cuanto sea posible de manos de sus nuncios.
Las restricciones sanitarias también obligaron a suprimir del acto los tradicionales abrazos entre los recién nombrados y sus hermanos del llamado hasta hace no tanto tiempo Sacro Colegio o Senado de la Iglesia. Del mismo modo, se suprimieron las visitas de cortesía (o “de calor”, como se decía antes), durante las cuales los familiares, amigos o simpatizantes expresaban efusivamente su alegría y cercanía a los purpurados.
Sello franciscano
Anómalo, solo hasta cierto punto, porque esta vez el número de italianos supone casi la mitad del total, si bien tres de ellos, al ser octogenarios, no podrán participar en el próximo cónclave. También ha llamado la atención que tres de los que han recibido el capelo púrpura pertenezcan a la familia franciscana: un conventual y dos capuchinos, Celestino Aós y Raniero Cantalamessa; este último obtuvo del Papa la dispensa de no ser consagrado previamente obispo, como exigen los cánones, y asistió vistiendo su sayo. Es una prueba más de que, al elegir el nombre de Francisco, el Papa argentino se siente muy cercano al espíritu del Poverello de Asís.
Las dos ceremonias que tuvieron como escenario el Altar de la Cátedra en la Basílica Vaticana –el consistorio como tal y, al día siguiente, la misa concelebrada el primer Domingo de Adviento– fueron presenciadas por un número muy limitado de fieles, apenas un centenar. Entre ellos se encontraba la embajadora de España ante la Santa Sede, Carmen de la Peña, invitada personal del arzobispo de Santiago de Chile, el navarro Aós.
Con la última hornada, el Colegio Cardenalicio consta de 229 miembros, de los cuales 101 no podrán participar en la elección del próximo pontífice por haber superado el dintel de los 80 años; por el contrario, 128 pueden considerarse electores, aun cuando, en los próximos meses, cuatro de ellos perderán por razones biológicas este derecho. De ellos, 16 fueron nombrados por Juan Pablo II, 39 por Benedicto XVI (a quien visitaron tras la ceremonia, como es habitual) y 73 por Francisco.
¿Continuidad?
Algunos comentaristas han subrayado que el Papa actual ya puede contar con más de la mitad de los que designarán a su sucesor, pero considero un tanto ingenuo que esto garantice que todos ellos se dejarán guiar por el criterio de continuidad con las actuales líneas del pontificado bergogliano. He recordado más de una vez que el cónclave es un momento de extraordinaria libertad para los que en él participan y que, cuando se produzca el “evento sucesorio”, pueden haberse producido cambios en las perspectivas eclesiales y mundiales.
Lo que sí se deduce del análisis de las cifras es que Europa es todavía el continente más representado; son 106 los europeos con púrpura y, de ellos, 53 tienen garantizado el derecho a voto; le siguen África con 18, América del Norte con 16, cifra idéntica a la de Asia y, ya a distancia, América Central con siete y Oceanía con cuatro. Italia es el primer país en el “ranking” de electores, con 22, seguida por Estados Unidos con nueve y España con seis.
Dieciséis españoles purpurados
Nuestro país, sin embargo, tiene en la actualidad un alto número de purpurados: 14 en total. Los cardenales electores son Blázquez, Cañizares, Osoro, Omella, Ladaria y Ayuso. Los ocho restantes son eméritos de diversas diócesis o cargos en la Curia romana: Martínez Somalo, Herránz, Santos Abril, Álvarez, Amigo, Rouco, Martínez Sistach y Bocos. A ellos habría que añadir a dos navarros que son pastores en el extranjero: José Luis Lacunza, obispo de David (Panamá), y el ya nombrado Aós, arzobispo de Santiago de Chile. Objetivamente son, pues, 16 los españoles purpurados.
Dos de los 13 nuevos cardenales están llamados a desempeñar puestos de relieve en el gobierno de la Iglesia universal: el maltés Mario Grech, que ha sustituido a Lorenzo Baldisseri en la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, y Marcello Semeraro, sustituto del fulminado Angelo G. Becciu como prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Además de esta responsabilidad curial, el hasta ahora obispo de Albano formaba parte como secretario del Consejo Cardenalicio que asesora al Santo Padre en la reforma de la Curia Romana; todo permite suponer que seguirá formando parte de este “sanedrín”.
Universalidad
Una de las características que vincula este consistorio con los seis anteriores es la voluntad de Bergoglio de hacer más patente aún la universalidad de la Iglesia, incorporando en este caso al arzobispo de Kigali, monseñor Kambanda, originario de un país, Ruanda, escenario del genocidio de 1994. Otros nombramientos se justifican por la excepcionalidad del país de donde provienen los nuevos cardenales; me refiero una vez más a Celestino Aós, que ha sustituido en el arzobispado de la capital chilena a dos cardenales –Errázuriz y Ezzati– implicados no muy positivamente en el escándalo de los abusos sexuales.
El arzobispo de Washington, Wilton Gregory, es el primer afroamericano que ha llegado a tan alto puesto en unas circunstancias políticas –la sucesión de Trump por Biden– que le confieren un significado muy particular. Por su parte, el nuncio Silvano Tomasi ha desarrollado durante muchos años un eminente papel en los organismos de la ONU en Ginebra, ocupándose con gran empeño en la defensa de los derechos humanos y de los marginados. Actitud muy similar a la del obispo mexicano Felipe Arizmendi, tan volcado en proteger y apadrinar las culturas indígenas de su país.
Eran sacerdotes
Por último, me permito señalar que tres de los nuevos cardenales eran, en el momento de su nombramiento, sencillamente sacerdotes: el ya citado Cantalamessa, el custodio del Sacro Convento de Asís, Mauro Gambetti, y el párroco del santuario romano del Divino Amore, Enrico Feroci, durante años director de Cáritas Roma.
Contraste que ha subrayado la prensa italiana, que sigue lamentando y no comprendiendo que arzobispos como los de Milán, Venecia o Turín no hayan recibido la dignidad cardenalicia. A ellos se podrían añadir prelados europeos que dirigen archidiócesis tan históricas y prestigiosas como las de París o Lyon.