Se nos llena la boca. Patria común, Casa Común… Pero, “¿dónde quedó el “Wencolme refugees”? Sospecho que más de un emigrante puede pensar lo de Benedetti: “…Y yo no sabré dónde guarecerme porque todas las puertas dan afuera del mundo”.
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Introduzco de esta manera esta humilde reflexión al hilo de la campaña de Navidad de Caritas Madrid que ha titulado con acierto ‘Quiere entrar en tu casa’. Leí sus materiales, así como los de Caritas nacional, mientras estaba asombrado por las noticias sobre los emigrantes en Canarias, cuando se había recurrido a la instalación de un campamento migratorio para más de 7.000 emigrantes, fuera del muelle de arribada en la misma isla.
Y eso que había más de una y más de dos posibilidades de que se repartieran y acomodaran por todas las habitaciones de la casa. Es decir, en la península. Pero se optó por “despejar a córner” el problema. O enquistarlo insularmente, como muchos nos tememos.
Una puerta cerrada
¿Quién llama a la puerta? “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguien oye mi voz y abre la puerta, [entonces] entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo (Apocalipsis 3,20)”. No está de más recordarlo en tiempo de Adviento. ¿Quien llama? Hay varios iconos de la realidad migratoria a la espera, que se representan como brazos y manos saliendo del mar. Buscando aire y tierra.
La búsqueda de iconos parecidos me llevó a una pintura representando a Jesús como rey, con la corona de espinas, portando una linterna –es de noche–, y que está tocando una puerta sin pomo en el exterior. La maleza recubre la entrada. Y los clavos y las bisagras están oxidados. Eso implica que la puerta nunca se ha abierto.
Fue creada por el artista inglés William Holman Hunt a principios del siglo pasado. Actualmente se halla en la catedral de San Pablo en Londres, donde se exhibe. Dicha pintura realizó una gira, por todo el mundo , de 1905 a 1907, hasta que un empresario industrial compró la pintura y la donó a la catedral de San Pablo. Según se explica, esta pintura es “la obra de arte que más ha viajado en la historia”. No sé si tanto como los emigrantes en quien Cristo se encarna como forastero.
Tender la mano
Y no necesita para entrar grandes palacios. Tan solo mi mano tendida. Y oídos atentos a la voz de la súplica, porque “cada gesto cuenta”, como comentan –muy bien por cierto– los de Cáritas Nacional diciendo que “aunque este año hay que guardar las distancias, sabemos que la cercanía no solo se mide en metros y que esta Navidad mucha más gente nos va a necesitar más cerca que nunca”.
Viene a mi humilde morada. Lo dijo Tagore: “Bajaste de tu trono y te viniste a la puerta de mi choza. Yo estaba solo, cantando en un rincón, y mi música encantó tu oído. Tú tienes muchos maestros en tu salón que, a toda hora, te cantan. Pero la sencilla copla ingenua de este novato, te enamoró; su pobre melodía quejumbrosa, perdida en la gran música del mundo. Y tú bajaste con el premio de una flor, y te paraste a la puerta de mi choza”.
Cada gesto cuenta. Tender una mano. Como la pintura de Miguel Ángel en la capilla sixitina al dibujar a Dios creando al hombre desde la punta de sus dedos. Con un beso. Tan solo una mano tendida, una mano creadora de vida como las muchas manos salvavidas anónimas en los mares y desiertos del mundo. Tender una mano y aumentar la sensibilidad, la humildad y la generosidad. ¿Quien llama a la puerta? El mensaje: le toca a la persona al otro lado de la puerta dejar que Jesús entre.