No hace mucho ha visto la luz la última traducción del Nuevo Testamento al español (Salamanca, Sígueme, 2020). Se trata del volumen que concluye una obra mayor, la de la traducción de la versión griega de la Biblia conocida como ‘Septuaginta’ o Setenta, emprendida por el grupo de investigación ‘Filología y crítica textual bíblicas’ –del Consejo Superior de Investigaciones Científicas–, coordinado por Natalio Fernández Marcos y María Victoria Spottorno Díaz-Caro.
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La principal virtud de este proyecto es que ofrece en español el texto de la que fue la Biblia de las primeras comunidades cristianas, nacida –por lo que respecta a lo que luego se llamará Antiguo Testamento– bajo la sombra de la famosa Biblioteca de Alejandría a partir del siglo III a. C., y que está presente en los principales códices de la antigüedad: el Sinaítico y el Vaticano (siglo IV), y el Alejandrino (siglo V).
El nacimiento de Jesús
Como estamos en ambiente navideño, me interesó ver cuál era la traducción que ofrecía esta versión de Lc 2,14 (la proclama del ejército celestial ante los pastores durante el nacimiento de Jesús), un texto un tanto complicado. La traducción reza así: “¡Gloria a Dios en lo más alto, y en la tierra paz entre los hombres que Dios aprecia! [o ‘en los que Dios se complace o mira con buenos ojos’]”. Esta traducción coincide a grandes rasgos con la que ofrece el ritual de la misa: “… y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” (no “que aman al Señor”, como equivocadamente dicen muchas personas).
Otra traducción muy extendida –que se sigue, por ejemplo, en la versión de la Sagrada Biblia, de la Conferencia Episcopal Española– es: “… y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Aunque correcta desde el punto de vista gramatical, esta opción parece destacar sobre todo el polo humano, mientras que el peso del término eudokía recae precisamente en el lado divino, ya que se refiere a la “benevolencia” o la “generosidad” con la que Dios trata a los seres humanos. Por eso, si decimos “buena voluntad”, inmediatamente hay que añadir que esa buena voluntad no es la de las personas con respecto a Dios, sino la de Dios con respecto a las personas.
Pues esto es la Navidad: el cariño con el que Dios trata a los seres humanos –a todos– dándonos a Jesús.