En la encíclica ‘Fratelli Tutti’, el papa Francisco nos invita a mirar la realidad desde la parábola del buen samaritano y nos propone una cultura diferente orientada a superar las enemistades y a cuidar unos de otros (n. 57). Como los que pasan de largo al ver el herido en el camino, nosotros vivimos tan centrados en nuestras propias necesidades que somos “analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles” (n. 64). “Nos molesta el dolor ajeno. Pero construirse de espaldas al dolor es síntoma de una sociedad enferma” (n. 65).
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El buen samaritano, nos muestra un camino diferente “se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo de lo que en este mundo ansioso escasea tanto: le dio su tiempo” (n. 63). Dicho camino está inscrito como ley fundamental de nuestro ser: hacernos prójimos, compadecernos del herido en el camino y rehacer la fraternidad; abrirnos a nuestra vocación de ser ciudadanos del propio país y del mundo entero (n. 66-67). Ante tanta herida y tanto dolor la parábola propone reconstruir la comunidad “a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás que no dejan que se erija una sociedad de la exclusión, sino que se hacen prójimos y rehabilitan al caído para que se haga el bien común”. “Eso es dignidad” (n. 67-68).
Iniciar procesos
Todos somos corresponsables en este empeño. Podemos y debemos “iniciar nuevos procesos y transformaciones”. Ser “parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas (…) en vez de acentuar odios y resentimientos”. Ser pueblo consistente en “ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído” (n. 77), comunitariamente y “desde lo más concreto y local hasta el último rincón de la patria y el mundo” (n. 78).
En estos momentos donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos hace bien apelar a la solidez que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. El servicio es “en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo”. En esta tarea cada uno es capaz de “dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles. (…) El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la ‘padece’ y busca la promoción del hermano”. (n.115)
La solidaridad consiste en “pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos, y en luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero”. (n. 116)
Es, como decía Guillermo Rovirosa, algo que podemos vivir si descubrimos a Cristo en el otro; si descubrimos en cada persona un hermano, una hermana, y en sus vidas compartidas experimentamos que somos hijos e hijas de un mismo Padre.