Tránsitos navideños buscando un resquicio para volver al hogar. Y, mientras tanto, viajeros sin suerte ni destino… Son como soplos ultramarinos sin faro que les guíe a puerto. Y cuando lo encuentran, solo reciben un muelle desamparado por posada. Antes, migrantes desde el mar y ahora a aprender a migrar desde la tierra. Primero a campamentos montados a toda prisa. Y después a la Península en vuelos a escondidas y que la calle sea su hogar en Granada, en Valencia… Migrantes y sin hogar. No había sitio en la posada.
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Situación que está durando días y días, sin tener una alternativa adecuada, conociendo el desastre que hay en la costa atlántica africana, con una guerra en Mali, un conflicto político en el Sáhara occidental o una Mauritania “desbordada de migrantes”. Y recordando lo que todo el mundo dice: Marruecos aprovecha la ocasión para usar la situación para presionar al Gobierno de España que dice y se desdice.
No ha habido gritos de los migrantes en todos estos tránsitos por nuestras tierras. Los únicos que hemos conocido fueron de agradecimiento a Canarias al subir a algún autobús. No ha habido gritos violentando el silencio de la noche que los ha transportado de manera casi clandestina. Monedas de cambio de otros mundos, buscándose la vida, evadiendo, cuando podían, la muerte, enfrentándose al mar, a la solas de afuera y a las olas de dentro: las nacientes en tierra que a veces tienen el nombre de la xenofobia y el racismo.
¿Cómo y por qué llegamos aquí? Pueden preguntarse. O ¿qué vientos les enfrentan con la muerte? ¿Que mala suerte les arrancó del hogar? ¿Por qué a mis compañeros los engulló la mar, a capricho de mil vientos, buscando esos paraísos que solo existen en sus sueños? Preguntas humanas, profundamente humanas, que también podernos hacernos nosotros al considerar el porqué de un viaje encarnatorio que estos días quiere hacer Enmanuel a nuestra tierra. A nuestra carne. Voluntariamente. Aún a riesgo de ser desalojado.
Calor de hogar
Lo único que quieren es volver a casa. Por navidad o cuando sea. O encontrar aquí “calor de hogar”. Y no precisamente un barracón ocupado como el que ayer ardió en Badalona, donde no fue el agua sino el fuego quien anegó las vidas de unos hermanos nuestros: también algunos migrantes y sin hogar.
La necesaria política de una solida solidaridad también, en este caso, a corto plazo es necesaria orientada al bien común. Sin perder de vista procesos para una política a medio y largo plazo. Mientras tanto, seguimos profundizando las heridas de la falta de diálogo, del desprecio ajeno en unas políticas migratorias que generan desconcierto, división y desconfianza. Y hastío. Muchas veces con el riesgo de recetas populistas o neoliberales sin escrúpulos que el Papa denuncia (FT, 155), solo usadas en beneficios demagógicos que esconden el egoísmo de los poderes propios.
Recuerdo lo que el papa Francisco describe en ‘Fratelli Tutti’ , “la política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino solo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz” (FT, 15). Lo del marketing me parece muy acertado. Hogar para los migrantes y los sufrientes del sinhogarismo no es anuncio publicitario para vender en papeles vacíos o bellos colores de plásticos los propios y a veces mezquinos intereses. Casa con sabor a hogar.
Y, como siempre, mientras tanto pagan los empobrecidos –por tierra, mar y aire– . Porque los efectos de la pandemia y la crisis económica subsiguiente tiene efectos asimétricos: mayor distancia, mayor desigualdad, ante las cuales los del sur ( aunque arriben al norte) apenas pueden defenderse. No están en situación de igual a igual. Hombres. Hermanos. ‘Fratelli Tutti’.
Mario Benedetti pone en su poesía el destierro, el exilio, y la soledad errante como algo que está más vivo que nunca. En cada persona que huye del horror en busca de un lugar en el mundo, un refugio, una casa, un hogar hay un poema de Benedetti contando lo que pasa. Su poema ‘Desganas’ cuenta mejor que nadie las imágenes que descubro estos días a propósito del dolor de los migrantes y su itinerario errante. Ante el que yo me pregunto cómo quizás hagan los propios migrantes en sus huidas… ¿Qué humanidad es la nuestra?
Si cuarenta mil niños sucumben diariamente / en el purgatorio del hambre y de la sed / si la tortura de los pobres cuerpos / envilece una a una a las almas / y si el poder se ufana de sus cuarentenas / o si los pobres de solemnidad / son cada vez menos solemnes y más pobres / ya es bastante grave / que un solo hombre / o una sola mujer / contemplen distraídos el horizonte neutro / pero en cambio es atroz / sencillamente atroz / si es la humanidad la que se encoge de hombros.
Que más quisieran, migrantes, exiliados, refugiados, que volver al calor del hogar –o tener aquí alguno– por Navidad. O cuando fuera. Cambiad la palabra casa por humanidad. Valdría.